Otra manera de contarlo.

Hace tres mil años la tierra no era redonda como ahora. Podríamos decir que era como un cono en la que sus lados se pelean por alcanzar algo que no tienen cerca.

Todo era similar y guardaba esa proporción. Las plantas eran enormes y tenían continuos devaneos en pares. Unas ramas tiraban hacia un lado y otras hacia el otro. La fauna no se escapaba de esta singularidad; salvo los animales de dos cabezas, que vivían sobre todo en el ecuador, el resto andaba separado. Los machos se alejaban de las hembras y ambos se alejaban del centro. Los hombres y las mujeres también tenían este “pequeño” problema que solventaban fundando países de distintos sexos. Medio mundo pertenecía a unos y el otro a otros.

Había lo que hoy diríamos orden establecido, lo llamaríamos así en el más estricto significado de las palabras.

Desde unos cientos de años habían llegado al acuerdo en la puntuación de los días. Rigiéndose por la luna, que ya en esa época era redonda y se podía marcar los tiempos. Solo era cuestión de dibujar en la frente de todos el momento en que la luna estaba cuando nacieron.

Podías ver cuartos menguantes o plenilunios…incluso alguna frente con insinuación por haber nacido en la luna llena. Un adorno para distinguir y para dar paso al amor. Los afines de un lado y de otro quedaban a la orilla del medio para verse y amarse. Así era posible que siguiese la estirpe humana.

Los animales tampoco andaban lejos, ellos lo tenían más fácil y no había que hacer matemáticas para quedar. Usaban del atardecer para acercarse a esta línea imaginaria. Todo un espectáculo amatorio con danzas y canticos que atraían las miradas de los que no les tocaba.

Como el ímpetu es desenfrenado no era raro ver como unos a otros, o unas a otras, se borraban la natural marca y se ponían otra para poder llegar a equinoccio del amor y la diversión.

Las plantas se inspiraron y corrían alocadas por donde querían. Solo mantenían un pequeño contacto con el centro y de esta manera fueron llenando de verdor por donde pasaban. Fue gracias a un árbol que la tierra comenzó a redondearse.

Dejaban mensajes de recuerdo en el tronco más robusto. Como era muy viejo sus ramas se extendían por ambos lados y en ellas era fácil columpiarse en una hamaca y quererse al vaivén. Ya empezaba a cansarse, el amor es un peso pesado y las señales de este son profundas. Crecía por días…de lado y hacia el cielo. Lo miraban curiosos y pensaban que el pobre lo que quería era escapar. Tenía mil hijos que en línea también crecían con fuerza hacia el cielo. Tanto lo hicieron que la tierra poco a poco fue estirándose.

Llamábamos la atención como planeta porque a estas alturas éramos casi cuadrados. La luna que en una época se sentía mayor no dejaba de sorprenderse. Y es que ella llegó rodando y como el camino era largo, ¡no!, larguísimo, se fue haciendo esfera a fuerza de giros. Se quedó allí, mirando a la Tierra porque le pareció singular. Nadie le había dicho que hubiese planetas con esa forma tan rara. Luego, con el tiempo, al ver los cambios y las habilidades del gran árbol y los hijos de este, no pudo marcharse. Los habitantes la miraban con cariño y necesidad…¿cómo dejarlos abandonados? Lamenta la monotonía esta viajera y se pasa el día contando encuentros.

Al quedar la forma tan cubica la gente sin darse cuenta se mezclaba y no tenían que ir al ecuador a balancearse, ni a dejar los recuerdos en el árbol. Ahora había grandes manadas de estos árboles por todas partes. Lo único que pasaba era que según estaban orientados tenían más color o menos. También la gente andaba en esas y podían ser muy claras o muy oscuras de piel. Algunos nacían con bonitas rayas que les atravesaba el cuerpo de los pies a la cabeza y daba sensación de gran altura. Otros por el contrario las tenían en horizontal o esos circulitos colorados que salían por doquier sin orden ninguno. Era divertido para la luna ver estos cambios. Las plantas y los animales también tenían esas características, solo que de tanto mirar a la luna al anochecer, se habían cargado de colores centelleantes. Había arboles rosas con hojas azules. Muchos animales se quedaban a vivir entre las ramas porque ese color les entusiasmaba. Tanto es así que se les pegaban las hojas. Al secarse no se caían, siempre quedaban como recortadas…una y otra fueron haciendo capas y mas capas.

Un día algo pasó que hizo un grandísimo ruido. De la tierra comenzó a salir agua de un gran chorro. La pobre quería llegar a lo más alto pero irremediablemente caía todo el tiempo. Los animales que estaban en las ramas de los arboles se asustaron y dieron un salto. En vez de caer al suelo, que sería lo suyo planearon. Alguno se dio cuenta de que en el espaviento, al mover las hojas que tenían pegadas, no solo no caía sino que además parecía que retomase altura. Aquí es cuando muchos animales comenzaron a volar. Grandes, pequeños, muy, muy pequeños…Muchos de ellos no dormían en las ramas de estos árboles porque siempre andaban buscando nuevas formas de divertirse y ellos se quedaron por siempre en el suelo. A lo más que llegaban era a dar enormes saltos, pero nunca volar.

El agua seguía en su ahínco por llegar a la Luna y al intentarlo estaba regando sin querer todos los campos de todas las partes lisas de la tierra. Había zonas que por tener mucha agua empezaban a flotar y crecían por esto. Se formaron inmensas montañas. Algunos pedazos de tierra, que por esponjosas flotaban, se movían al son del agua y se formaron pequeñas islas que con el tiempo y por su gracia se podían hacer más grandes, muchísimo más. Los terrícolas que se habían dormido en estas tierras se quedaban en ellas la mar de a gusto porque se veían como descubridores de nuevas sensaciones; incluso el mareo era algo sobrenatural.

Algunas plantas, animales y gentes se quedaban en el agua y como tenían frio se cubrían con hojas. Las hojas se ponían tersas en el líquido y se quedaban pegadas a la piel. Curiosamente se dieron cuenta de que bailando se podía avanzar a voluntad y desde entonces no dejaron de hacerlo.

El caldo sigue saliendo y ha cubierto las partes rectas de la tierra. Ahora vista desde lejos empezaba a parecer oblonga cosa que a la luna le parecía muy gracioso. Supuso que tanta agua no era bueno porque ya empezaba a cubrir hasta las nuevas plantas que con esos colores tan bellos daban a todo un aire especial. Empezó a soplar y soplar con todas sus fuerzas. Tanto lo hizo que ayudó al agua a volar.

Allí arriba miraba ella, el agua ascendida, soplada, a la tierra y como siempre fue un poco antojadiza de dejaba caer. El aire convertido en viento se volvió lunático y cuando hacían el amor se calentaba tanto que terminaba siendo finita como el mismo. Ascendían juntos y pasaban largos ratos allí en lo alto viendo como todo el planeta se recolocaba con su nueva forma. Se querían ir a vivir juntos por siempre. Buscaron un lugar donde vivir y no encontraban ninguno. Giraban y giraban alrededor de la tierra con lo que conseguían llevar agua a todas partes y rellenar los pocos huecos que quedaban. Estaban tan felices que compartían el espacio con los animales de las hojas pegadas enseñando como se debía de hacer. El viento es tan agradable…tiene una gran personalidad.

Las gentes, los animales y las plantas habían ido cambiando con estas nuevas aportaciones y todos parecían muy felices. Nuevos planetas llegaron a su vera, se había corrido la voz por el Universo de que en este lugar la vida rebosaba felicidad y tenían que verlo. Miraron entusiasmados y decidieron quedarse para hacerle compañía. Había uno que brillaba mucho, el Sol. Era muy simpático y contaba unas historias estupendas pero no podía con ese olor que desprendía. No era malo, solo tan fuerte que a veces, si te pillaba desprevenido, hacía daño. Hubo animales que no podían olerlo bien y se pasaron el tiempo estirando el cuello o la nariz, otros subidos a los arboles, danzando de rama en rama; solo por opinar. Los sensibles se escondían bajo las raíces de las plantas haciendo agujeros y sentían que allí había mucha tranquilidad. El Sol se enfadaba con esta situación y el enfado le hacía calentarse; se volvió vergonzoso porque enrojecía con cada vergüenza y tanto era el calor que los demás sudaban demasiado. Poco a poco se fue separando del grupo y se instaló a un lado. Las plantas que estaban muy cerca se quemaban y como son lentas no pudieron llegar a oponerse. El agua que corría por todas partes llego un momento en que se negó a pasar y esto levantó un gran revuelo. Hubo reuniones y discusiones; ponencias y gallinas ponedoras que no ponían nada.

Se excusaron con el pobre Sol, no habían sido muy amables con él, en esas estaban, allí, dando vueltas a su alrededor, cantándole canciones que vieron lo bueno que era esto. Unas veces clareaba y se calentaba un lugar y otras el de al lado. Por esto el Universo baila alrededor del Sol, y la Luna alrededor de la Tierra. Todo es por un querer, un agradar; el uno sigue contando sucedidos a los planetas y la otra no deja de amar al viento que vive con el agua, y esta cosa que tenía una forma rara es ya mayor y no para de inventar excusas para que los demás sepan que sigue viva.

 

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