Roiot, los mil soles.

 

Es la primera en la que me fijé, y es que la tengo a la vista, justo enfrente. Fue verla y enamorarme de ella, que antes ni siquiera me había molestado a ver el tipo de hoja que tiene, o esas flores que parecen ojos de lo que miran.

Es una planta descubierta, así que tendrá su buen nombre en latín, pero ahora sé que se llama Roiot, quizás no se escriba así, es que no sé pero me da que estas plantas no tienen escritura al modo que la conocemos, son más dados a ir dejando señales que dicen cosas.

Roiot, tiene singularidades dentro del mundo del arbusto, aunque no lo es del todo, pero a ella le gusta pensar que sí.

Quise hacerle un montón de preguntas, nunca me había pasado esto de poder ver y entender a las plantas, pero no quiso darme conversación, me instó a seguir “viendo” maravillas, cosa que no he dejado de hacer.

En un momento dado soltó una frase larga, dijo algo así como que nosotros, los animales tiesos, tenemos la idea de que somos diferentes unos de otros, pero que a ellas les parecíamos una panda de repetidos muy aburridos. Que las plantas podían distinguirnos, sobre todo, por el mal olor que desprendemos y que por mucho que nos pongamos perfumes no conseguíamos disimularlo. Comentó de pasada que cada tipo de planta, incluso los árboles, tenían un carácter que les hacía ser especiales, cada una de ellas a pesar de multiplicarse en réplicas eran portadoras de distintos atributos. En su caso eran conocidas, las Roiot, como portadoras del respeto, aunque a veces rozaban la impertinencia. Y dicho esto dejó de hablarme.

Es muy bella esta planta, si pudieseis ver el juego de luces que producen los rayos del sol cuando la atraviesa, os maravillaría.

 

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