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EL PINTOR Y LA LUNA (cuento infantil)

Miraba confusa, la niña, al pintor que mezclaba los churretones de colores en el plato.

.- Tengo sed.

Y con algo de sorpresa la miró, tomó un papel blanco y le pintó un vaso de agua azulada. Se lo ofreció pensando que la niña se daría cuenta de que él, solo era un pintor.

Antes de que pudiese hacer nada la pequeña se había tragado el papel, el vaso y la azul agua.

.- Tengo hambre.

Volvió a tomar un trozo de papel y estampó un círculo plano, como si fuese un plato, dentro pintó una papa roja, y se lo pasó sonriente.

Se la acercó y la olió. Tendió el pedazo de pliego y le dijo:

.- Está cruda, la quiero asada.

Frunció el entrecejo, esta niña no le iba a dejar pintar. La sombreó bien, recién salida del horno, incluso tenía retazos de sal y un poco de humo.

Ahora agitaba el papel, lo soplaba ligeramente. Había acertado, la papa estaba bien guisada. La sonrisa se recortó cuando vio a la chiquilla tragarse el papel, el plato y la papa.

.- Niña, eso no se come.

Siguió mezclando colores y dispuesto estaba a empezar con su lienzo cuando de nuevo la cría le pidió algo más.

.- Píntame la luna.

.- Y no te la comerás?

.- No.

Se esforzó, tomó un lienzo grande. Pintó el suelo, el cielo, la luna y una estrella que brillaba cercana. Le gustó mucho como le estaba quedando, pero aun así le preguntó a la niña si era de su gusto.

.- Sigue.

Y se esforzó más.

Tenía una bella noche, apacible, caliente, con una gran luna y una estrella brillante.

Cuando se quiso dar cuenta la niña no estaba sentada a su lado, ahora se despedía desde dentro de aquella pintura.

No salía de su asombro, pero tampoco le invadían las preguntas, era como si siempre hubiese pensado que existe la posibilidad de hacer real la pintura, tanto que se podía comer y beber, incluso irse hacía alguna estrella.

Se pintó así mismo debajo, con el brillo en la cara y un brazo agarrando el hilo invisible que hace ascender a las niñas a la luna.

Nunca más nadie la vio. Miraban el hermoso cuadro de la estrella y sentían que estaban viendo la vida misma.

EL ARTE QUE TENGO CERCA

El arte que me rodea está implícito en lo cotidiano. Elevar a grado artístico lo que se usa con normalidad, es costoso; no está la utilería pensada para esto, pero a mí me gusta, me hace sentir bien y el encontrar belleza, la que es posible que invente por las esquinas, me relaja, hace que la vida tenga un poco más valor.

Tomo feliz mi café de la misma taza madre. Siete años lleva dándome un agrado visual digno de mención; sus perfiladas curvas, la ligereza de la porcelana vieja, es singularmente agradable. Tiene venas como persona de trabajo duro y un asa que pareciese un ojo avizor. Cada marca es seña de su vida, como un anciano, personaje de una novela antigua, ella es mi arte del café; a veces le hablo bajito, y le digo que celebramos un nuevo azucarillo, o inauguramos un brick de leche; hacemos fiesta de la dedicación y el calor.

Un retorcido cable se abre paso entre un estante y otro. A modo de garabato entrañable de la casualidad, es, sin duda alguna la obra a la que le falta firma. Hace sombras según entra el sol por la ventana y al atardecer parece un signo, una clave de sol perdida en un mundo sin rectas.

Hay, a la derecha del trazo, un poco más arriba, una cesta que contiene. El contenido no es interesante, son restos de otras obras terminadas o que no llegaron a ser importantes y no merecen exponerse, como bocetos sin clasificación. Es, el cesto, la obra que me gusta mirar.

Seguramente mano experta le dio vida a la simple piel de árbol, seguramente el tiempo le dio ese color entre tostado y quemado que tiene, pero a buen seguro hay sudor en sus entrelazadas formas. Lo veo avanzar y retroceder con la estación. Si es verano está constreñido, será el calor y cuando ya las lluvias llegan, se hincha, se relaja. De tanto que lo miro veo su sangre correr, esa que va rellenando los huecos y que se mezcla con el polvo. En ese estado de colgadura, desprende olores que identifico con el campo húmedo.

En un rincón hay una caja de mistos que debió tener vida propia. Ahora se empapa con el aceite y la grasa que fluyen de los guisos. Lo que fue blanco se hizo amarillo, la zona de rasca asemeja un mapa aéreo del desierto que avanza sin compasión. Tiene en su cara popular una vista de una obra famosa, me gustó la pintura y la agregué para que me acompañara en la cocina. Ahora la intento mantener erguida, en la postura donde se puede apreciar mejor el arte anexo, pero ella se empeña en colocarse de otra manera, de tal forma que las cerillas de cabeza roja se asoman y me miran.

A veces veo un Picasso en las mondas de las frutas. Su colocación es espontanea, compostura dolorosamente retorcida, lacia y que juega con sombras y huecos que la hacen hermosa. Un conjunto que retengo durante el tiempo en que una mano desconocida, bien puede ser el mismísimo aire, y que la hace degradarse como una pintura vieja. Con las patatas no pasa lo mismo, se me aproximan toques de paleta, más pequeños y soleados.

Un corcho que parece un Pollock. Un cacillo de acero que me permite ver la luna sin necesidad de mirar al cielo, con sus menguantes y crecientes, según el azar lo pose.

Tengo la vida rodeada de sombras adecuadas, de luces que las cortan, y de colores o formas que me ilustran en un lenguaje donde todo es arte y parte de mi. Hay sustos que se descomponen formando un bodegón asimétrico y caduco; hay renglones por donde se puede pasear para ver un paisaje lunar, que sin duda mereció ser horneado.

Yo misma me instalo a un lado, hago gestos de admiración y paso con sumo cuidado por las cosas cotidianas para que no se rompa el embrujo, sin ser esto una premisa, porque cada día resuena otra compostura y una nueva obra será descubierta y explorada.

Estoy rodeada de un arte sacro, que santa es mi vida. Estoy condenada al disfrute, donde las manchas se hacen figuras que se transforman en otras figuras, que se deshacen por las acciones intencionadas o no. Luego vendrán los artistas a pintarme los ojos, querrán que les diga que me gustó su obra, y yo tendré que discernir, imaginado que lo tendría en mi casa y saber si es posible servir el café usando la tela como bandeja.

CARTA DE AMOR ENFERMO.

 

“Ahora no estás pero todo huele aun a ti.

He limpiado la casa, es vieja y se enceró con tu sudor, tu ira y la rabia que desahogabas en mi cuerpo. Me he duchado con lejía y ahora huelo a retrete de estación y miro el armario sin saber qué ropa ponerme, simplemente me tapo.

Me dicen que ya no me puedes hacer nada, me dicen que te olvide qué eras malo y que remonte mi vida. Sin ti no tengo vida.

Hay una chica muy joven, ha estudiado no sé qué master y quiere animarme, me dice cosas que no entiendo, dice que he vuelto a nacer y no sé por qué.

Me da miedo decirle que te amo, que te necesito, no sé vivir sin ti. Si se entera de esta carta que te escribo se enfadara conmigo, es tan tierna; ya ha comenzado a renombrar a su madre, sus consejos expertos acaban con refranes viejos.

Y me pondría el mundo por montera…si tú me lo pidieses. ¿Qué puedo hacer para ayudarte? Ya no tengo marcas ni dolores, soy la mas ignorante del mundo, bien lo sabes, aquel medico tan serio, tan limpio, le rogué por mi vida y con la denuncia la vida misma se fue contigo.

Dicen que no te visite, que cambie de casa, de trabajo, de pueblo, ya no me llamo como antes, con el nombre que me diste, dicen que ya soy libre y no me dejan ni recordarte. Puedo vivir sin ti pero moriré poco a poco.

También tengo que testificar y contarle mi vida a un juez. ¿Qué le digo? Le diré que me sacaste de la basura, me diste casa y comida. Le diré que a veces te enfadabas porque soy boba, desobediente y te cansabas de enseñarme. Dicen que casi me matas y es ahora cuando lo vas a conseguir. Le diré que la culpa era mía, que te enfado porque soy descuidada. Le diré que me amas más que a nadie en el mundo, si no fuese así, no te preocuparías por mí.

El otro día salí a la calle y las vecinas me miraban, iba sin maquillaje porque ya no tengo marcas que ocultar, iba con un vestido verde que me dio la asistente social en el hospital y estaba sola. Nadie me miraba mal, algunas personas me sonreían y no era yo que les provocaba, la panadera me invito a café; cuando pagaba el pan se me callo una moneda, una persona se agacho por mi y no me sentí idiota. Volví a la casa que huele a lejía y te eché de menos, hice esfuerzos para comer y me encontré comiendo sola, con un vestido verde, con un pan oliendo a café y pensé que ya no te vería mas, que por un momento podía hacer lo que quisiese, me senté en tu sitio, bebí de tu licor en tu copa, encendí la luz y es de día, la apague, la encendí y así se quedo hasta la noche, porque ya no estas y he pensado que ahora en tu honor soy yo quien tiene que educarse, me he castigado en tu lado de la cama. Mañana me levantare tarde y le diré al juez que te amo, que cuando me pegabas no me hacías daño, que soy débil y no aguanto nada, que aún te amo, te amo tanto que voy a olvidarte, es mi mejor castigo, porque no te merezco.

Les diré a todos que ya soy libre, que nadie me pega y me pondré el maquillaje que me regalaste, no tapare nada, solo disimulare mi soledad y mi amor por ti.

Cuando salgas tendré otro nombre, otra casa, otro pueblo y a lo mejor como soy una descuidada, olvido lo que ahora es tan importante para mí.

Te quiero tanto que cuando te recuerdo me duelen todos los huesos.

Tuya, hasta tu final.”

EL PUNTO ÁLGIDO DE MI OJO

Los detalles me rodean, los externos y los internos, y ambos me tienen ocupada, siempre llamando mi atención; se muestran con códigos, a veces sencillos de entender, en otras ocasiones de un complejo entendimiento, pero lo más importante es darme cuenta de que están ahí, de que soy el sujeto de sus insistentes llamadas.

Veo a mi alrededor que la gente está acostumbrada, los recibimos con naturalidad y solo en contadas ocasiones, como cuando nos remueven lo cotidiano, es cuando prestamos la debida atención. Estoy segura de que es por esto que los filósofos andan todo el tiempo con esas caras de circunspectos. Es así y no de otra manera el modo de traducir el mensaje.

Hoy nadaba resuelta en la piscina, hice mis ejercicios disimulados de calentamiento, teniendo en cuenta que mis huesos ya no se han de calentar más; hice aspavientos para que el socorrista no olvide que sé nadar y que puede mirar hacia otro lado; y saqué los juguetes que me llevo para no aburrirme. Nadar en una piscina es la cosa más aburrida del mundo, pero tiene una gran ventaja y no es que acabe con un cuerpo similar a la Williams, pareciendo una sirena hecha mujer, tiene el empuje necesario para que me deslice, como en el agua, en mis pensamientos, en mis mensajes internos, esos que de estar en cualquier otro lugar, no llego a descubrir.

Pienso si no será el aburrimiento el mejor de los modos para la introspección, me reafirmo en esto, y entrada en el purito placer de ser concienzuda, insisto en el análisis.

He descubierto que tengo constantes “moscas” en los ojos. La mosca del ojo, en no sabiendo cómo se la denomina científicamente, es esa pequeña manchita con formas definidas o no, que suelen ser cambiantes, y que uno ve en contadas ocasiones, quizás solo en esos momentos, los dichos, los de introspección, bien sean en una relajada posición o en el baño, como ha sido mi caso. No es la primera vez que las veo, para nada, son viejas compañeras estos hilillos con volteretas y estiramientos que flotan en mis corneas, son viejas amigas que comparten las vistas conmigo, siendo así que llevo mucho tiempo replicando sus formas en un cuadernillo y solo hoy me he dado cuenta de que tienen un significado.

Lo comenté con otras personas y hubo de todo, desde gentes que me miraban sorprendidas, jóvenes, seguro, a otros que si bien las conocían por tenerlas ellos también, no le daban importancia. Cuando les mostraba mis apuntes, creían ver algunas formas conocidas, pero seguramente esto era causa de la empatía que a todos les sale ante una cosa así.

Uno me comentaba que esto no tiene cura y ahora estoy convencida de que no la tiene porque no es una enfermedad, nada más lejos. Solo hay que saber leer.

El cuerpo avisa de distintas maneras, te muestra venas infladas, ojeras, rojeces o anima las uñas con blancas nubes, todo son señales, pero las moscas de los ojos… esas, son diferentes.

Hoy me di cuenta de que es una caligrafía. Hace años aprendí la técnica de escritura a base de pictogramas, la taquigrafía, en la que nunca estuve muy ducha, pero sin embargo puedo llegar a traducir con cierta paciencia, mucha lentitud y algo de imaginación, cualquier cosa personal que se me ponga delante. No llegué a ser rauda tomando dictados con ella, más que nada porque me perdía entre las curvas o las patas estiradas de las consonantes.

Me he dado cuenta de que mis “moscas del ojo” son palabras en taquigrafía y que me han ido diciendo cosas desde hace mucho tiempo, sin llegar a darme cuenta de esto y perdiendo la oportunidad de disfrutar de los avisos. Son mensajes recordatorios, como un secretario oculto en el cuerpo de cada uno, que solo llega a darse a conocer cuando rebasas cierta edad, o la necesidad lo hace perentorio.

Voy traduciendo, poco a poco, y leo las consignas: “Lee” “Busca” “Ahora” “Nunca” incluso he llegado a ver una indicación que se convierte en frase: “Sal y vive” Me doy cuenta de lo extraño de esta afirmación, y que es posible que mi hallazgo haya sido una casualidad, pero estoy convencida de que a partir de ahora estaré al tanto de lo que me quieran decir.

He comenzado a hacerles preguntas, tengo la sensación de que me han de responder; paso mucho más tiempo tumbada, mirando al infinito para ver mis signos y mantener un diálogo con ellos. Son tan hermosos, es tan simpático verlos flotar de un lado a otro, en esta forma definida y clara; percibo que algo dentro de mí me quiere, y no sé si es una parte oculta de mi personalidad o es que he sido invadida. Por si acaso no se lo voy a contar a nadie, no me gustaría tener que aguantar a las gentes más diversas llegando hasta mí, y pidiendo cosas raras, como bendiciones o premoniciones, en el supuesto que ellas puedan hacer ese tipo de cosas. Seguro que sí, porque leo bien claro “Cuidado ambulancia”

 

UN VIAJE, EL VIAJE

El camino ya se había vislumbrado antes en guías caducas, por aquello de que de tanto manoseo caen las hojas, guías con directrices concretas, sin dobles lecturas, como si el autor estuviese empezando a no creer en el escrito. No era un riesgo a sabiendas de lo mucho que una mira por todas partes; el mundo está lleno de posibilidades, pero es mejor llevar el recorrido ya de antemano, no sea que te pierdas entre las calles y las gentes y te pase algo inimaginable.

Apareció como aparecen todos los lugares, en la lejanía, mostrándose altivo y poderoso, todas las ciudades del mundo lo son, y siempre, impepinablemente las vemos a distancia y pensamos en si alguien pensó el lugar exacto para su construcción, la progresión que tendría la arquitectura, el sol y sus horas de luz y sombras, o quizás simplemente el auge de los habitantes fue creando un caos que ahora sirve para dar un perfil exquisito en las fotografías.

Me habían dicho que no tomara un taxi, que las distancias son cortas aunque parezcan largas y que la calle es el mejor de los museos. No se equivocaron, todo estaba salpicado de notas musicales escritas a modo de puertas, tapas de alcantarillas, o esculturas. Se dispersaba la historia en este lugar y sus habitantes se sentaban cómodos entre las columnas esparcidas por todas partes, dispuestas y durmientes.

Me perdí.

Despistarse en este lugar es ganar tiempo, tener un gesto educado demostrando que no temes a lo desconocido; vuelves a las hojas sueltas de la manoseada guía y la calle no aparece, porque en las guías solo salen las calles que sonríen, las otras, las que son más tímidas se quedan sin nombre y casi son un hilo fino que une las otras. Perderse es obligado en un viaje y encontrar el camino correcto es una posibilidad de animarse a la charla arriesgada con el primero que pasa.

No fue el primero, que no fue capaz de esbozar una sonrisa (esta es mi marca para saber a quién me tengo que dirigir) fue una señora mayor, de pelo cano hermoso, la que me sonrió con afecto. Hicimos lo imposible por entendernos y nos entendimos. Estaba lejos de la meta, y ella tenía aquellas bolsas en las manos que pesaban considerablemente. Me ofrecí para ayudarle. Caminamos por callejuelas aun mas ocultas, llegamos a una casa que era monumento a la arquitectura local. Entré invitada y sin querer queriendo pasé allí mis vacaciones. Renuncié a un hotel sencillo, con baño en la habitación y desayuno en el bar, para tener el sol en la cara al despertarme, la amabilidad de una familia que me recibía como si me conociesen de toda la vida. Allí pasé mis vacaciones y ellos consiguieron hacer que la ciudad entrase en mis cálculos de lo que deberían ser.

Abandoné la urbe mirando atrás, llevándome un trozo de aquel paisaje, pensando en algo curioso que ocurre cuando lo has disfrutado, volver, he de regresar, ahora tengo amigos aquí y soy un poco parte de la ciudad.

El hombre que sostenía un palo en un charco. (Cuento de muro)

Era un hombre que no tenía futuro y era por esto que lloraba todos los días, todas las noches.

Lloraba tanto que todo lo que le rodeaba hacía aguas.

Al principio, los vecinos se enfadaban, se les mojaba la ropa, los garajes, los caminos se hacían riachuelos y al final, tenían un charco enorme delante de sus narices.

Lo que en un principio no les gustó, poco a poco fue pareciéndoles mucho más bonito.

El sol se reflejaba, los pájaros se entretenían y los habitantes empezaron a pescar; aprendieron a navegar en los coches mojados, y comían pescado todo el tiempo.

Un día el hombre que lloraba se enamoró, y sin querer dejaron de verle llorar.

El amor secó sus ojos.

Ya todos estaban contentos, pero la alegría duró poco. Si no lloraba, el charco se secaba y con esto se evaporaba la felicidad.

Le contaban cosas terribles a ver si así conseguían volver a tener el agua suficiente, y no había manera, el amor le secaba en demasía.

Se reunieron una noche estrellada, una en la que la luna se reflejaba en el charco como si allí estuviese.

Pensaron y pensaron, nada bueno se les ocurría.

Uno, que había aprendido a nadar, se lanzó al vacío, se acercó a la amada, le ató una cuerda a los pies y esta a una gran piedra, y la tiró al agua.

El muchacho al enterarse, saltó al charco, y con un palo empezó a tocar el fondo a ver si podía localizarla… y lloraba, lloraba amargamente.

(El cuento… es un “cuento de muro” un modo de escribir en el muro de facebook, con pequeñas frases, en un diálogo que se hace monólogo, en tiempo real… que hacen esta corta historia.) 

Las aves no creen en Dios.

Era una mañana soleada de enero. Un domingo a la mejor hora del día, la del Ángelus.

Uno se plantea si levantarse, ir a dar una vuelta con los niños, o llamar a los amigos para tomar un vermú… Otros oran en una plaza y arengan a su líder.

Algunos tipos raros, muy, muy raros, tanto que son únicos, se asoman a un balcón y sueltan un discurso, además de arrimarse a un par de pimpollos y dar rienda a la representación terrenal de la virginidad, de la pureza y si me apuras… de la paz.
Soltaron dos preciosas palomas. Dos de esas que si te las encuentras en un parque piensas en la niñez… si son blancas en Picasso y si son pardas o grises, acabas con la sonatilla de que son ratas voladoras y sigues imaginándolas enredadas en las telas de araña de Spíderman.

En este caso, puestos a suponer, sueltan a lo loco una alegoría. Santidad, niños, pureza, palomas blancas… es todo tan bonito que apuesto algo tienen en mente, al finalizar, tomarse unos refrescos, los niños y un vermú, santo vino por excelencia, su excelencia (odio decir esto: valga la “rebuznancia”) Y la luz llene vuestros corazo…

Oh! my god!

La plaza está llena de espectadores expectantes, llenos de júbilo y deseosos de ver volar a las purezas aladas y en esas todos con sus cuellos inclinados hacia atrás, sus cabecitas de relucientes sonrisas, esperando la sagrada palabra, las almas cándidas deseosas de la bendición…

Se escucha un murmullo, luego un silencio y una dulce anciana grita: “Porca miseria, il diavolo nero sta attaccando piccioni puro!”

Todos los presentes gritan “OH!” en diversos idiomas y no pueden creer lo que están viendo.
Al momento, las dos palomas asustadas pierden la virginidad y gritan enloquecidamente, en su idioma, el de las palomas, dicen: Gru, gru… que quiere decir, oh my god!

Presta aparece la que en realidad es el ave del paraíso marino, la más popular de las voladoras, mucho más que las pesadas águilas o las molestas grullas; aparece una hermosa gaviota con el ánimo de la defensa.

Los allí presentes pudieron comprobar qué de esto se trataba. Puso orden en el aire, puso su dignidad, su honor en este lance y queriendo salvar a las lanzadas hizo un vuelo fastuoso, como ninguna otra ave sería capaz.
El gesto no fue honrado debidamente, pareciese que las atacaba y realmente lo que hacía era darles ánimos en el vuelo, ayudarles a remontarlo, empujarles hacía lo que realmente estaban predestinadas… la gloría.

Ella, la gaviota, solo hizo lo que pudo, arriesgó su fama, casi su vida, interponiéndose entre las blancas y el negro malhechor. Ante la falta de cordura, por el momento o porque ellas son de corta inteligencia, se dio el caso de que tuvo que agarrarlas al vuelo, pareciendo que las picaba, que no era el caso.

Cientos de miles de humanos no comprendieron bien la situación, no llegan a saber lo que sufren las aves. La paloma cumple su objetivo y si bien tiene fama, es incapaz de llevar un ramito de olivo si no hay de por medio premio alguno, un pago por su trabajo, cosa que están acostumbradas. El pobre cuervo carga en su vida con la malicia del color ¿Por qué somos tan ingratos y tan desdeñosos? El cuervo no es la representación del diablo, es la imagen de la noche, del recogimiento, como monjas felices o santos curas, y son incapaces de hacer algo malo a no ser que se les provoque.

En los tejados del palacio ellos guardan con cariño su comida, cientos de plantas que nacen entre las tejas y todas de sentido divino, las protegen… ¿Qué culpa tiene la serpiente de ser protagonista de una mala historia? pues lo mismo el cuervo. Podrá ser la representación del mismísimo demonio, podrá ser su servidor, pero nunca cambiará su menú, por muy blancas que sean las palomas.

Se cuenta, se dice que las salvaguardaba, qué ellas, siendo tontas como son, iban directas a estamparse contra una de las ventanas intentando regresar al punto de partida.
Realmente aquí no son las aves las violentas, aquí hay que preguntarse qué razonamiento tienen algunos humanos, al tomar dos tontas de estas y lanzarlas al vacío, o a una plaza con miles de personas, todas dispuestas a llevarse una pluma santa, un recuerdo gratis de la visita al beatífico y poco sensato Padre.

No seré yo quien señale, pero… ¿a santo de qué viene ese lucirse a costa de las aves? Ninguna ONG ha dicho nada por el momento. Es de ver qué pasaría si hace esto con gallinas, cabras o patos, como bien marca la tradición en algunos pueblos. ¿Llegaremos a esto? Llegaremos, tarde o temprano, a ver que el mundo no es a caso un lugar donde vivir y dejar vivir, un pequeño planeta lleno de maravillas qué para nada necesitan de la mano de divinidades varias. ¿Son y serán nuestros descendientes capaces de ver esto? O por el contrario estamos avocados a un recordatorio en las pantallas de nuestros monitores.

Hay niños en el mundo que no saben dibujar una vaca o una gallina, nunca la vieron, ni la comieron, o la lanzaron por una ventana. Ellos no sabrán de nuestras imbéciles banalidades demostrativas del lujo y el esplendor de lo que representa una paloma, o un cuervo, o una gaviota.

Allí quedaron los espectadores, mudos de impotencia por ver como un símbolo era sublimado al punto de ser un capricho de la naturaleza. Ni dios sabía lo que iba a suceder, de haberlo sabido, le hubiese contado al líder lo que iba a pasar. ¿Será que no hay tal contacto? Salió mal la puesta en escena, pero todo por causas ajenas a su voluntad y a la nuestra.

Ya han comenzado los ensayos “¡Qué no vuelva a ocurrir!” dijo el secretario tras despedir al encargado. Y con una sonrisa santa, el santo padre se despidió de los niños, no sin antes decirles las sabias palabras pertinentes, tan repetidas cuando lo que se desea no encaja con lo que pasa: “Los caminos de Dios son inescrutables” A lo que los niños dejando de llorar, sin parecer ser muy consolados, uno de ellos, dijo: “ Los caminos, vale ¿pero el cielo?”

La santidad no escuchó estas últimas palabras, ni tampoco el pescozón con que se calmó el espíritu rebelde. Prestos los enviaron a tomar unos refrescos y seguidamente se vio pasar al camarero principal con una bandeja de la que sobresalía un cuenco de aceitunas y una copa de vermú.

Se ha enviado a buscar a las protagonistas de este aciago día. No las encuentran, han lanzado arengas pidiendo colaboración ciudadana y siguen sin noticias. Empiezan a dar por hecho que no son hijas del Espíritu santo, y a este ya le están buscando un ave que tenga más competencia, creen que sería mejor tirar del cóndor, que siempre pasa de todo.

Un noviazgo con futuro incierto. Un cuento vulgar de patos enamorados.

Esto eran unos animales más o menos normales en un trozo de río, más o menos dulce y desde luego, con las aguas tibias, a veces calientes, tanto que suelen llegar al punto de ebullición.

Pero eso solo pasa una vez al año y es entonces cuando todos los patos, el cisne, las pollas de dulce, las gaviotas y los recunchos, salen del agua y se cuelgan en un único árbol que hay la pequeña isleta, que no es más que una roca seca, cuando no está mojada, y que no tiene otra peculiaridad que ser rugosa, pequeña; seca y rugosa, como si fuese un banco de princesas, tan necesario para que no resbalen los que allí se posan. El árbol da sombra por los cuatro costados, esto era una ventaja.

Se vieron de casualidad. Ella, la P.M. (voy a usar solo las iniciales, porque no deseo que se den por aludidos si leen esta, su historia) prosigo, ella, la P.M. más lista de todas las patas de este su charco, tenía a bien imitar a otro de los animales populares, al pavo, y solía hacer lo propio delante de P.H. que era un gracioso y tontorrón pato, sin más interés que el mostrarse como un exquisito poulet (así en francés) que lo había visto en una revista que flotaba por la orilla de los pequeños pájaros salvajes y que estos pensaban era una imagen de un monstruo de la naturaleza, que no soportaba el agua y por esto, tal que pasaban unas horas, se iba diluyendo poco a poco, hasta desaparecer en el fondo. Le tenían miedo, sí, pero solo era cuestión de horas. El P.V. lo vio, sopesó la guapura de aquel tipo desplumado tan francés y llegó a la conclusión de que eso, eso quería llegar a ser.

De mientras, mientras esperaba que llegase alguna indicación más, de cómo alcanzar lo de ser francés, se pasaba todo el tiempo mostrándose a unos y a otros, con cierta prepotencia, la que tienen los que creen que su futuro cuanto menos está despejado. Otra cosa es si luego ocurre, y de no suceder, serán por lo menos embargados por un sucedido inesperado, cosa que le proporcionará largas charlas en las reuniones que solían tener encima de la isla-roca.

Este día, ella estaba especialmente pava y él singularmente poulet.

No podría ser de otra manera pero fue un amor a primera oleada.

Ella no dejaba de ponerle caras, hacía gestos que más parecían de una pata contorsionista, que de una sensata criatura que quisiera y la cosa no era para menos… este pato prometía…

Es normal que entre los de esta clase de aves, llamados ánades entre los que han estudiado, se conforme un lazo importante, tan importante es que se comparte entre otros de su singular ralea. Los patos no son así, porque sí.

Hubo un tiempo en que ellos eran más grandes, poderosas aves de cualquier paraíso, lo que queda demostrado en la forma casi oblonga de sus huevos, que además tienen dibujos concretos. No son como los de las gallinas que pueden ser blancos o tostados, ni como los de las codornices que tienen unas manchas feas y difusas. Los huevos de pato, son de seda, seda estampada con bonitas flores de mil colores.

Es difícil que esto se vea con la simple luz del día, o de la noche, cosa normal, incluso con una bombilla de doscientos vatios, imposible. Se da el caso de que muy rara vez coincida que una aurora boreal enfoque un huevo de ellos, de ser así todos verían lo que digo y cuento.

La P.H. le hablaba en francés, que había aprendido al prestar mucha atención a los turistas que a veces llegaban para molestar a los pequeños e impedidos peces que por la charca se encontraban. Ella, como nunca supo este curioso idioma, no sabía lo que le decía y así pues le podía estar contando que el del hotel le había dicho que esa noche tendrían bailes de salón en el salón, o lo que es lo mismo: Dame, ce soir, nous vous proposons la danse de salon dans la chambre rose. Nous espérons que votre visite. Pero esto daba igual, porque el otro P.V. no entendía lo que expresaban en esa lengua, nunca lo entendió, solo quería ser un poulet famoso.

Así pasaban la tarde. Uno mirando las tonterías que la otra hacía y pensando que no era capaz de decir nada serio, por muy francés que fuese. Hubo un momento, cuando se iba que creyó escuchar: Oh! Mon dieu! Regardez la maman, que le poulet si jolie. Non, peu fou, c’est un canard, un canard ne vaut pas pour le foie gras.

Esto sí que le emocionó y desde entonces, se divirtieron juntos todos los días del verano; repitiendo francés y soñando con la grandeza de tener muchos poulettes.

Te espero cuando miremos al cielo de noche: tú allá, yo aquí. Mario Benedetti.

Mario Orlando Hardy Hamlet, escribía esto mismo (Te espero cuando miremos al cielo de noche: tú allá, yo aquí.) a su amante.

El pobre había metido la pata. Y es que los escritores, siempre están metiendo la pata.

Escriben sin darse cuenta de que a veces, las letras se cansan; tanto lo hacen que puede ser que lleguen a enloquecer.

El hombre estaba sentado en su cómoda silla, lo que era ya un punto de inflexión para las letras, ellas nunca están cómodas.

Las letras son unas orgullosas figuras que andan exhibiéndose, siempre formando grupos de amigos que no han de parar según sean las fiestas a las que se les invita.

Allí sentado, mantenía los dedos colocados sobre las teclas de una vieja máquina de escribir. No era capaz de seguir tecleando. Miraba el carro que no se movía con la esperanza de que un empuje, ese que siempre hacía que los dedos bajasen con fuerza y fuesen creando una palabra, una frase o el mejor de los párrafos apareciese.

No era cosa de la postura, no podía ser. Algo le pasaba y ya empezaba a ponerse nervioso.

Pensó en levantarse, pero sabía que si hacía esto era muy posible que las letras se fuesen de juerga hacia otras hojas todas blancas; esos malditos folios que no eran suyos; esos que se colaban por debajo de la puerta y a escondidas le robaban sus letras, sus palabras… menos mal que en la loca huida de estas no eran capaces de ordenarse y sería muy complicado hacer de ellas bellas frases, párrafos o incluso capítulos.

Le entró sed y como hacía en muchas ocasiones pegó un grito de socorro: “Amor, por favor, tráeme un poco de vino”

Se mantuvo a la espera, siempre escuchaba su voz cantarina desde el otro lado de la casa: “Voy!” y al poco ella aparecía con el pedido. Era tan bella y tan luminosa que no necesitaba encender las luces. Al moverse su pelo iluminaba por donde pasaba y sus ojos resplandecían tanto que parecían focos.

Nada, no escuchó nada.

Temió lo peor… nunca hubiese imaginado que el silencio, mejor dicho, la falta de sonido, le asustase tanto.

A Mario Orlando Hardy Hamlet, nunca le había pasado algo así. Si se encontraba solo se escribía a sí mismo una bonita historia, una alegre, triste, indecisa, una que le acompañaba un buen rato. Incluso se daba cuenta de que las letras se ponían contentas.

No hay nada más triste, ni más desalentador que la espera sin respuestas. Esto no era agradable.

Hizo un esfuerzo y retiró las manos de encima de las teclas. No le pasó como otras veces que en el último momento los dedos no querían despegarse y como en un arranque de ánimo se ponían a escribir las cosas más curiosas.

Nada, se despegaron sin importancia.

El carro de la máquina seguía abrazado a la hoja blanca, se habían hecho amigos y el muy ladino comenzaba a manipularla sin compasión. Ya la había manchado por los costados.

El sillón, que no era tonto, se apartó al momento y él se pudo levantar sin mayores intentos. Respiró, se metió la mano en el bolsillo y sacó un pañuelo con el que se secó el sudor frío que le corría por la comisura de la nariz.

No encendió la luz del pasillo, caminó a tientas, pocos pasos dio cuando ya se tropezaba, daba traspiés y se tambaleaba; cayó sin remedio.

Ya sabía lo que se iba a encontrar. Cientos de páginas recostadas unas con otras, cientos de libros abiertos, cerrados, todos montando una fiesta de palabras, unas sin orden alguno y otras aclaradas, formando frases y párrafos, montones de capítulos coordinados.

Sin querer, que no quería darse cuenta de qué era lo que pasaba. Se levantó y pisó, lo que no se debe pisar, a las letras no les gusta ser pisadas y se te enroscan en los tobillos.

Miró por todos y cada uno de los rincones de la casa, ella no estaba. Intentó buscar alguna nota, aunque fuese un triste “Adiós” sin mayores explicaciones, pero allí no encontró nada.

A estas ya había encendido todas las luces y pudo comprobar cómo muchas de aquellas palabras estaban contando cuentos, muchas historias, alegres, tristes, de amor y desamor… y ella no estaba…

La muchacha, que lo amaba, había desaparecido entre las, ahora, rellenas hojas, había ayudado a las palabras que se le escapaban por debajo de la puerta y poco a poco se habían ido aclarando los cuentos; con su ayuda cientos de libros se habían formado y ella, ella estaba retenida entre cualquiera de ellos. Lejos, allá donde los índices descansan después de haber ordenado los capítulos.

Tomo un poco de vino, comió algo de pan, y se volvió a la habitación. Se acomodó en el sillón de escribir, colocó los dedos encima de las teclas de la vieja máquina y empezó a teclear.

“Te espero cuando miremos al cielo de noche: Tú allá, yo aquí”

Y se murió de pena.

FIN.

 (“Te espero cuando miremos al cielo de noche: tú allá, yo aquí.” Esta frase es del poeta uruguayo Mario Benedetti. El cuento… es un “cuento de muro” un modo de escribir en el muro de facebook, con pequeñas frases que hacen esta corta historia.)