Volverán a lamentar…

Tanto lo lamentaran que la exudación de la pena barnizará los recuerdos. Quedaran difusos en la memoria y comenzara una nueva vida. Por todas partes personas silbando, otras harán gestos de contrariedad, como cuando te has equivocado de calle.

Los trabajadores volverán a sentirse seguros. Las madres creerán que sus hijos son listos y vagos a la vez. Los bancarios pondrán pañuelos en las mesas para llorar con el cliente. El amante seguirá pensando que ella disfrutó y ella, que ya no recuerda nada está convencida de que el amor es así. Grande y lento. Lentamente volverá a rechazarlo.

La entrevista…

“A mí me educaron en la inercia y ahora no lo puedo remediar.” Con estas palabras comienza la entrevista que este periodista ha realizado en la cárcel de Seto Grande.

La tarde está algo sombría, nublada, lo que es bueno para cualquier entrevista que se precie; es mucho mejor pillar al entrevistado triste, deprimido o melancólico que alegre y dicharachero, estos últimos hablan más pero mienten con mayor frecuencia. “Gravando el dos de octubre del año en curso” (Esto siempre lo digo con voz seria, como de radiofonista viejo)

La escena no se corresponde a la idea que tenemos todos de lo que es una cárcel al uso, aquí no hay presos con trajes a rayas, ni bola encadenada a la pierna. El lugar es una habitación limpia, pintada de un gris marengo suave, con una ventana protegida por un estor de vinilo en color negro; la mesa baja es de madera con buen diseño y las sillas, en no siendo de Van der Rohe, son muy similares. De no ser por las bombillas de bajo consumo que parece se esfuerzan en iluminar, todo sería muy normal, quizás como en cualquier club de esos sobrios.

El entrevistado quiere ocultar su nombre y en un intento de seducción me habla de tu, sin conseguir este acercamiento, el usted es mucho mejor, da la sensación de que uno se mantiene al margen y no se ha de contagiar con las palabras.

Un guardia se acerca por la seña del preso, algo le dice al oído, sale raudo y al momento regresa con dos botellas de agua mineral de color azul y un cenicero. Lo dicho, esto parece un club, claro que desde que el gobierno ha cambiado, no paran de entrar miembros con buena fortuna, no por sus perpetuas, más bien por sus cuentas bancarias en países extraños.

-.“A mí me educaron en la inercia y ahora no lo puedo remediar.” Ya estamos en buena posición, marcando los territorios, prosigue: “Mi familia era normal, gente que por mucho que lo intentase no salían de la miseria, hasta que rompieron los lazos, aceptaron lo que eran y lo hicieron. Es cierto que “miseria” para mí nunca tuvo el mismo significado que para otros, pero lo era. Un empleado fiel, casi esclavo con amo déspota que cobraba un sueldo escaso y tres hijos a los que vestir, educar y alimentar. Aprendí de mi madre que uno debe tomar lo que le apetece y de mi padre a mentir con cierta calidad. Ambos hacían lo que podían. Él por las mañanas con la camioneta de la empresa transportaba a otros trabajadores y cobraba por esto, a veces hacía pequeños viajes a pueblos vecinos. Si llegaba tarde a trabajar el amo no decía nada, a la hora de comer era posible que le encargase algún mandado que le desviaba unos kilómetros de su casa, esto no lo pagaba. Nunca nos faltó en la casa material de fontanería, sobraba y mi madre solía revenderlo a los vecinos muy por debajo de su valor. Trabajaba en esto, era el almacenista de la empresa de fontanería.” Aquí su voz ha bajado de tono y bebe un poco de agua a la par que enciende otro Winston.

“Mi madre era una pobre mujer que limpiaba por horas en diferentes casas del barrio alto. Gracias a ella teníamos buenas ropas y otras cosas, pequeñeces que se traía de las casas donde había tanto que nadie se daba cuenta. Por estas sisas, cuando ingresamos en el colegio de curas no parecíamos unos desgraciados.

Evoco la primera vez que entramos en unos grandes almacenes, unos días antes de navidades, la idea era comprar algo para los abuelos que venían del pueblo. Recuerdo como a la hora de pagar la dependienta se equivocó. Vi claramente un billete verde y ella devolvió otro como ese y unas monedas. Miré a mis padres que a su vez se miraban y una gota de sudor le bajaba al hombre por la sien hasta llegar a la patilla. Giraron sobre sus pies con la bolsa en la mano y salimos corriendo del establecimiento, ni siquiera bajamos en el ascensor. Al salir ambos callaban y sonreían, esto a la fuerza tenía que ser bueno, un regalo.

En otra ocasión me encontré a la puerta del colegio, justo en la parada del autobús, ese que solo era para los que se lo podían pagar, una bolsa con ropa deportiva. En casa mi madre se puso muy contenta, con unos pequeños cambios bien le iba a venir a mi hermano.

Al ir haciéndonos mayores fuimos descubriendo pequeños chanchullos que se justificaban porque eran para sobre vivir. Ya no usábamos el coche del taller, ahora mi padre tenía un coche propio y una pequeña empresa, no declarada, de colocación. Conocía a muchos empleadores y muchos más que buscaban trabajo, con esto pudo pagar mi universidad y en el tercer año ya estaba trabajando a las órdenes de uno de aquellos que él proveía. Mi gusto por los números me hizo alcanzar el grado de contable y la facilidad para el inglés me puso al frente de una de las filiales de la firma. Ellos también subían como la espuma. Era sencillo escamotear a los trabajadores parte de los sueldos y tampoco se pagaba para cubrir la Seguridad Social, nadie miraba estos pequeños detalles. Compré aquí, vendí allá… firme, negocié y por fin tuve una oferta para ser tesorero en el partido.”

Ahora bebe lo que queda de agua, el cenicero está casi lleno. Toma la botella y la levanta, con el típico gesto que uno tendría en la mesa de una tasca cualquiera. El guardián entra de nuevo con dos botellas más. Él le comenta algo al respecto y se va sonriendo.

“Estos pobres, a poco que les des se ponen contentos. Ahora su hijo podrá entrar en una secretaría y empezar a subir, que me han dicho es listo.”

A estas alturas me da un asco moral doloroso, no me deja que le haga preguntas, casi está haciendo que escriba su biografía gratis. Me recompongo en la silla, que esto que me cuenta es de lo más aburrido, todos imaginan que ellos, esta casta de sinvergüenzas han aprendido desde la cuna.

-.Señor Tal, voy a empezar la entrevista, no sea que se nos haga tarde y no podamos dejarla concluida; ya sabe que la tengo que entregar para el suplemento del domingo…

Con un gesto condescendiente me anima a que pregunte.

-.¿Cuándo fue la primera vez qué, estando en el gobierno, le ofrecieron alguna ventaja para facilitar un proyecto?

“Mira que son todos iguales! No se enteran de nada cuando está pasando y luego vienen aquí a pedir explicaciones. Hijo, es usted un bobo o un ignorante, ya salió en el juicio que todos estamos emparentados. Pertenecemos a una secta donde el que no roba lo suficiente, el que no tiene tal o cual categoría de poder, se va a la calle. Tenemos hijos solo para que se casen unos con otros y así hacer más fácil la organización.”

-.Eso es la Mafia, la de toda la vida. Dije intentando poner cara amable, con la esperanza de que empezase a largar.

Me miró abriendo mucho los ojos, hizo un ademán de pegarme, como si me fuese a dar una bofetada. Me aparté porque casi la vi venir y él se contuvo.

“Serás gilipollas! Esto es mucho más fuerte que la mafia, nosotros somos hermanos de una cofradía que no dudaría en cortar las piernas al mismísimo Al Capone. Muchos de esos malnacidos que se dedican al tráfico de armas o a las drogas, trabajan para nosotros. Todo el mundo lo hace, todos nos pertenecen…”

-.¿Y entonces? ¿Por qué están ahora presos? Si tanto poder tenían y tienen ¿por qué no siguen en el gobierno?

“Querido ignorante, esto son unas vacaciones. Mañana moriré por alguna causa natural y en breve mi hijo estará formando un gobierno nuevo. Me llevaran a las islas paradisíacas donde tengo mi dinero y allí descansaré, nosotros también nos renovamos.

Mejor… borre esto que ha escrito… ¡qué lo borre le digo!”

-.No puedo señor, esto es la única información decente que he sacado, ahora sí se puede hacer un buen articulo. Dígame, hasta qué grado está implicado el gobierno… ¿hasta dónde llega su poder? ¿También en las administraciones regionalistas, las grandes empresas que les pertenecen, son del grupo?

Acabó de beberse otra botella de agua azul y me la estampó en la cara. Cayeron mis gafas, mi cuaderno, la grabadora… Cuando desperté estaba tirado en un descampado. Mis ropas eran otras, no me pertenecían, ni siquiera llevaba zapatos. Un hombre me gritó desde una camioneta, “Sube sinvergüenza, ¿Qué pensabas que te podías escaquear? Hoy tenéis que vaciar un buque en el puerto, han llegado las nuevas armas para el gobierno y están como niños con zapatos nuevos.“

Subí y desde ese momento no he parado de acarrear, kilos y kilos de peso en estas cajas de madera que no tienen identificación. Al lado hay un yate de nombre Esperanza y veo como un séquito de gente que me resulta familiar llegan y embarcan. Alguien gordo, seboso, me saluda desde la proa… pero no recuerdo de qué le conozco.

Un saludo matemático… HI.

Plot3D[Exp[-3*((0.5+x)^2+y^2/2)]+Exp[-x^2-y^2/2]*Cos[4*x],{x,-5,5},{y,-5,5}]

Esto es un saludo matemático en inglés, HI.
Bien… parece una tontería pero no lo es; quizás sea una de las gracias de las mates que siempre nos parecen de otro mundo y resultan bellas aun sin entender nada.
No salí de casa preparada, siempre pensando en lo poco afortunada de mollera que era para poder llegar a conclusiones como esta, un saludo, una regla o una de esas cosas que hacen los matemáticos y que cambian el mundo.
La vida es un poco como las mates, todos sabemos cosas sencillas, básicas para movernos en el circulo que vivimos y las complejas… ah! las complejas, amigo, se dejan ocultas en lugares a los que ni siquiera queremos acceder. Me gustan los trucos de esta asignatura que siempre me pareció un poco mágica, esotérica y sectaria. Qué bien empieza con la fe de que los números dirán siempre la verdad y luego nos demuestran que pueden ser hasta primos, como todos, con su retorcida complejidad y su encantadora presencia.
Me gustaría saber más, poder despejar todas las incógnitas que se me presentan, que son muchas y dispares.
Aquí, en este mundo todo tiene nombres exquisitos: “La Identidad de Euler” o el señor Gauss con su célebre: “ley de reciprocidad cuadrática” y la no menos famosa “Campana de Gauss” esa que algunos metimos en nuestra esencia para darnos cuenta de que el viejo dicho: Todo lo que sube baja, estaba más que acertado. Y en esas miramos la vida como esperando la maldición divina de los siete años, plaga va, plaga viene, que no se diga no somos ecuánimes.

El fin para Ilusión y Esperanza.

Habían quedado la Ilusión y la Esperanza en la esquina, esa en la confluyen la calle Desengaño y la avenida de Feliciano García. Llego primero la Esperanza que sale de casa con tiempo y aunque anda despacio llega puntual a todas partes; al minuto la Ilusión hacía gestos para que desde el otro lado de la calle ella la viera. Se abrazaron como siempre hacían apartándose luego un metro una de la otra para verse bien.

-Siempre estas guapa Esperanza.

-Tú sigues iluminando por dónde vas.

-Dejémonos de palabras. Caminemos.

Se encaminaron avenida arriba, hacia el final de la ciudad; el camino era largo pero no les importaba, el que sabe hacia dónde se dirige tiene medio camino hecho. Hablaban del hombre al que en homenaje habían dedicado la calle. Todo el mundo sabe que fue él quien instauro el sorteo y que pasados unos años acabó siendo una cosa más en las maternidades. Feliciano García, no se llamaba así, todos lo conocían como Félix El Ingenioso. Desde muy pequeño había dado muestras de tener una inteligencia excepcional, quedando claro para todo el mundo cuando descubrió que con solo llamar a las cosas por su nombre estás se convertían en realidad. Algunas palabras no gustaban mucho y se empeñó en cambiarlas. Cuando hubo renovado algo del lenguaje puso en camino una nueva manera de llamar a las personas. Entre todos decidieron que para tener armonía en la vida se necesitaban nombres cuyo contenido fuese el transporte adecuado para conseguir la felicidad. Se hicieron consultas a los sabios y se leyeron todos los libros escritos, incluso las notas de algunos autores y al final se decidió que los nuevos nombres serian: Ilusión y Esperanza. Daba igual que fuesen varones o hembras, estos nombres cabían en todas las personas. Se sortean los nombres en la maternidad, cara, Ilusión, cruz, Esperanza. Así lo hicieron y ahora, en estos momentos toda la población disfruta de ello.

Nuestras chicas llegan ya al borde de la ciudad, atrás dejan los edificios de colores que tanto decoran, al frente hay un prado con una calzada ascendente rodeada de flores. Es inevitable oler el aroma que desprenden, antes, cada una de ellas, las plantas, tenían un nombre con el que se identificaban, después de la renovación, gracias a Félix se decidió que nunca más se necesitaría clasificar a las personas, ni a las cosas y que era mucho más práctico que todo se unificase. Los árboles se llamaban así, árboles; los peces, peces, sucesivamente con todo lo que les rodeaba. Al final del camino estaba la Nada.

Ilusión y Esperanza habían caminado mucho hablando de las cosas que les rodeaban, esas que por obligación solo podían dar felicidad; todo era tan sencillo que cuando descubrieron que se amaban no pudieron por menos que asustarse. Eso no tenía nombre y de tenerlo hubiese sido una palabra nueva. Se nombraron una a la otra de diferente manera, jugando con silabas que sonaban bien.

Llegaron al final del camino, donde se corta a tajo la montaña y nada se ve. Se besaron, se abrazaron y una mirada bastó para saltar las dos a la vez al vacio. En ese momento supieron que la Nada es pareja del Vacio.

Durante un rato caían unidas por las manos y solo el viento cálido que las acariciaba les hizo soltarse; cerraron los ojos esperando llegar a alguna parte, un suelo blando hubiese estado bien. Se descalabraron porque lo que no esperaban es que en el fondo de aquella Nada estuviesen escondidas todas las necedades que sin duda, no tienen nombre.  

UNA VARA HACE EL CAMINO

Que el camino de Santiago tiene connotaciones espirituales no lo duda nadie. Un camino lleno de huellas de los peregrinos donde la música y el paisaje hacen poesía y  la grandeza hace que los pequeños detalles se sientan importantes.

Los primeros días del viajero son expectantes. Ya sabe qué se encontrará porque muchos antes que él lo han descrito y solo es dar un repaso a las nuevas sensaciones. Las catalogamos en nuestro entender y en el corazón. Las almacenamos con cuidado porque nos acompañaran el resto de nuestra vida y además bien podrán ser guía para los siguientes caminantes.

Pueblos donde las personas se presentan como vecinos y conquistadores. Se muestran cariñosos ante nuestro deleite y gozo por alcanzar cada día una meta nueva.

Y allá va el andante en compañía de sus pensamientos y su bastón que buenos apoyos le da cuando lo necesita.

OH! Se rompió la vara francesa. Es curioso porque el níspero salvaje que nace libremente en el borde del pirineo es madera dura y con prestancia. En estas piensa el caminante que la vida es como la vara, parece fuerte y duradera.

Muchos son los arboles, grandes y pequeños que encantan los lugares. Y prueba a ver cuál sería el más apto para tal menester. Una etapa sigue a otra y la búsqueda continua. Los compañeros de viaje portan algunas de singular belleza. Unos fueron regalos de amigos, hechuras de padres o abuelos dando a la madera el carácter protector que tiene.

El caminante, no tiene bastón.

De entre los peñascos, al subir una falda ve con gusto un rebaño de ovejas. Y el pastor que odia las visitas siente pena por el hombre que no tiene apoyo.

Le cuenta de las brujas que siempre las hubo eran las mejores hacedoras de varas. Tan buenas que podían sentarse en ellas y danzar en el aire como las burbujas del jabón. Solían esconder estos palos para que no llegasen a malas manos y para no ser descubiertas podían hacerlas escobas o palas para los hornos.

Se fue contento, supo que algunas brujas de antaño habían guardado tan bien las varas que nunca las encontraban. Sus pasos andaban encaminados.

Pensó con un gesto en la boca que así, a solas casi parecía una sonrisa sincera. Con un poco de suerte y un tanto de atención podría encontrar una para si mismo y terminar su andadura con seguridad y calma.

Desde ese día se paso todo el tiempo mirando debajo de las piedras, a las puertas de los palacios rotos o en las cuevas donde las alimañas también quieren pernoctar.

Fue en una de estas donde tuvo el sueño más raro que jamás haya tenido caminante alguno. Una vara se le aparecía e izándose hacia el cielo señalaba la estrella más brillante. Hacía sombra sobre un angulo del camino y este acababa en un hórreo alto y pequeño. Allí en uno de sus tornarratos una cruz dibujada con carbón hacia de santo y seña.

Un viento frio deshizo el hechizo y despertó al durmiente.

Nadie podría en su sano juicio salirse del camino y seguir la ruta marcada por tan “real” sueño. Llegaríamos al hórreo viendo con gusto su estructura pero no daríamos cuenta de esta seña. El andante la ve nada mas acercarse. La mira dos veces por si aún la ensoñación continuase.

Dos vueltas da. Se aleja y acerca por reconocimiento del lugar, es un sitio vivido, aunque sea en sueños. Y lo toca porque es tan bello que no parece real. Siente la necesidad de sentarse y no ve mejor enclave que la silla que hace con el suelo el pie marcado por la cruz. Y el dormir se torna brillante, casi cegador.

Ella de larga melena ensortijada le toca el hombro y sin ver como sus labios hablan le escucha alto y claro. Le cuenta como su bastón era un preciado tesoro. Le dice que su hermana poseída por la envidia conto a todo el mundo que ella era la causa de los males más comunes. Ensuciaba la leche de las vacas para señalarla. Envenenaba a las gallinas o dejaba la puerta abierta para que entrase la raposa. Y los vecinos que tenían más miedo que cordura incitaron  a los padres para que la echasen de casa. Fácil era que el frio invierno o los zorros hiciesen el resto.

Antes de salir de aquel mal lugar escondió la vara. Se juro a si misma que solo una persona de buen corazón podría volver a tocarla. Alguien que la necesitase.

Quizás la fiebre del cansado hizo mover la mano hacia dentro.

La humedad refresca y el descanso renueva.

Poco necesitó para sacar de la tierra el palo. Lo limpió y pudo notar la destreza del que sabe hacer una buena vara. El tamaño no era demasiado grande y el peso casi insignificante. Dudo de su estabilidad.

Comió algo y pensó que debería proseguir el camino, volver sobre sus pasos y retomar la hazaña. Había estado solo mucho tiempo y aunque no era persona de charlas gustaba oír las bromas de los más jóvenes y las aventuras de los más viejos.

No pudo dar tres pasos. El bastón se doblaba al tiempo que sus piernas. Volvió al hórreo y decidió comenzar al día siguiente.

Esta noche durmió bien, sin sobre saltos y con la sensación de ser vigilado. Al despertar tenía a su lado unas nueces y varias manzanas.

Durante varios días hizo intentos para proseguir y le resultaba imposible. Cuando no era una cosa era otra o lo que es peor, los pies se negaban a caminar.

¿Qué hace un andante si sus pies no quieren obedecerle?

Ya la desesperación estaba en el agua. Llovía perlas de desconsuelo y caían rayos que no iluminaban nada. Y se sintió morir de pena. El viaje iniciado con respeto y esperanza se estaba terminando a los pies de un hórreo que a pesar de su belleza le estaba resultando la cobija más desoladora. En todo momento se sentía protegido por…nunca supo por quien o que divina providencia. Todos los días recibía gratuitamente un poco de comida y el agua del manantial cercano era suficiente para mantenerse. Pero no conseguía salir de aquel lugar.

Pensó tanto en su vida que casi la olvida. Repitió tantos sueños que por poco deja de dormir y ya no podía más.

Luchaba y perdía la batalla y como un buen soldado esperaba que alguien superior llegase con nuevas órdenes.

A la hora en la que el sol apunta más alto y es más caluroso se recostó en el pie de piedra, como al principio. Con la vara a los pies y la mochila al lado. Tuvo un sueño.

Soñó que la vara se izaba hacia el cielo, se levanto para verla bien. En la veloz caída se clavo a sus pies y sin saber porque la agarro, se acomodo como cuando era niño y jugaba a los caballitos.

Y voló. El suelo quedaba a varios centímetros, ya no lo tocaba. No tenía miedo, solo ansiedad por ver qué pasaba. Y voló. Primero vio el riachuelo, luego el tejado del hórreo y por fin las copas de los arboles.

El viento le besaba la cara y se sentía cómodo en esta situación tan inusual. Pensó que para ser un sueño era muy agradable. Diviso el camino que tendría que haber tomado si no se hubiese parado. Vio otros caminantes, las hesperias, los pueblos, el campo y por supuesto el mar.

No podría decir cuánto tiempo había estado en esta situación. No le importaba nada porque casi deseaba que no se terminase. Vio algunas ciudades importantes, incluso le pareció ver la catedral deseada. Y el vuelo proseguía.

La costa llena de aldeas y playas se acercaba y poco a poco fue bajado. Un faro rimbombante miraba al horizonte. Por fin había llegado a Finisterre. Había llegado al fin del camino, del mundo y de su vida.

Otra manera de contarlo.

Hace tres mil años la tierra no era redonda como ahora. Podríamos decir que era como un cono en la que sus lados se pelean por alcanzar algo que no tienen cerca.

Todo era similar y guardaba esa proporción. Las plantas eran enormes y tenían continuos devaneos en pares. Unas ramas tiraban hacia un lado y otras hacia el otro. La fauna no se escapaba de esta singularidad; salvo los animales de dos cabezas, que vivían sobre todo en el ecuador, el resto andaba separado. Los machos se alejaban de las hembras y ambos se alejaban del centro. Los hombres y las mujeres también tenían este “pequeño” problema que solventaban fundando países de distintos sexos. Medio mundo pertenecía a unos y el otro a otros.

Había lo que hoy diríamos orden establecido, lo llamaríamos así en el más estricto significado de las palabras.

Desde unos cientos de años habían llegado al acuerdo en la puntuación de los días. Rigiéndose por la luna, que ya en esa época era redonda y se podía marcar los tiempos. Solo era cuestión de dibujar en la frente de todos el momento en que la luna estaba cuando nacieron.

Podías ver cuartos menguantes o plenilunios…incluso alguna frente con insinuación por haber nacido en la luna llena. Un adorno para distinguir y para dar paso al amor. Los afines de un lado y de otro quedaban a la orilla del medio para verse y amarse. Así era posible que siguiese la estirpe humana.

Los animales tampoco andaban lejos, ellos lo tenían más fácil y no había que hacer matemáticas para quedar. Usaban del atardecer para acercarse a esta línea imaginaria. Todo un espectáculo amatorio con danzas y canticos que atraían las miradas de los que no les tocaba.

Como el ímpetu es desenfrenado no era raro ver como unos a otros, o unas a otras, se borraban la natural marca y se ponían otra para poder llegar a equinoccio del amor y la diversión.

Las plantas se inspiraron y corrían alocadas por donde querían. Solo mantenían un pequeño contacto con el centro y de esta manera fueron llenando de verdor por donde pasaban. Fue gracias a un árbol que la tierra comenzó a redondearse.

Dejaban mensajes de recuerdo en el tronco más robusto. Como era muy viejo sus ramas se extendían por ambos lados y en ellas era fácil columpiarse en una hamaca y quererse al vaivén. Ya empezaba a cansarse, el amor es un peso pesado y las señales de este son profundas. Crecía por días…de lado y hacia el cielo. Lo miraban curiosos y pensaban que el pobre lo que quería era escapar. Tenía mil hijos que en línea también crecían con fuerza hacia el cielo. Tanto lo hicieron que la tierra poco a poco fue estirándose.

Llamábamos la atención como planeta porque a estas alturas éramos casi cuadrados. La luna que en una época se sentía mayor no dejaba de sorprenderse. Y es que ella llegó rodando y como el camino era largo, ¡no!, larguísimo, se fue haciendo esfera a fuerza de giros. Se quedó allí, mirando a la Tierra porque le pareció singular. Nadie le había dicho que hubiese planetas con esa forma tan rara. Luego, con el tiempo, al ver los cambios y las habilidades del gran árbol y los hijos de este, no pudo marcharse. Los habitantes la miraban con cariño y necesidad…¿cómo dejarlos abandonados? Lamenta la monotonía esta viajera y se pasa el día contando encuentros.

Al quedar la forma tan cubica la gente sin darse cuenta se mezclaba y no tenían que ir al ecuador a balancearse, ni a dejar los recuerdos en el árbol. Ahora había grandes manadas de estos árboles por todas partes. Lo único que pasaba era que según estaban orientados tenían más color o menos. También la gente andaba en esas y podían ser muy claras o muy oscuras de piel. Algunos nacían con bonitas rayas que les atravesaba el cuerpo de los pies a la cabeza y daba sensación de gran altura. Otros por el contrario las tenían en horizontal o esos circulitos colorados que salían por doquier sin orden ninguno. Era divertido para la luna ver estos cambios. Las plantas y los animales también tenían esas características, solo que de tanto mirar a la luna al anochecer, se habían cargado de colores centelleantes. Había arboles rosas con hojas azules. Muchos animales se quedaban a vivir entre las ramas porque ese color les entusiasmaba. Tanto es así que se les pegaban las hojas. Al secarse no se caían, siempre quedaban como recortadas…una y otra fueron haciendo capas y mas capas.

Un día algo pasó que hizo un grandísimo ruido. De la tierra comenzó a salir agua de un gran chorro. La pobre quería llegar a lo más alto pero irremediablemente caía todo el tiempo. Los animales que estaban en las ramas de los arboles se asustaron y dieron un salto. En vez de caer al suelo, que sería lo suyo planearon. Alguno se dio cuenta de que en el espaviento, al mover las hojas que tenían pegadas, no solo no caía sino que además parecía que retomase altura. Aquí es cuando muchos animales comenzaron a volar. Grandes, pequeños, muy, muy pequeños…Muchos de ellos no dormían en las ramas de estos árboles porque siempre andaban buscando nuevas formas de divertirse y ellos se quedaron por siempre en el suelo. A lo más que llegaban era a dar enormes saltos, pero nunca volar.

El agua seguía en su ahínco por llegar a la Luna y al intentarlo estaba regando sin querer todos los campos de todas las partes lisas de la tierra. Había zonas que por tener mucha agua empezaban a flotar y crecían por esto. Se formaron inmensas montañas. Algunos pedazos de tierra, que por esponjosas flotaban, se movían al son del agua y se formaron pequeñas islas que con el tiempo y por su gracia se podían hacer más grandes, muchísimo más. Los terrícolas que se habían dormido en estas tierras se quedaban en ellas la mar de a gusto porque se veían como descubridores de nuevas sensaciones; incluso el mareo era algo sobrenatural.

Algunas plantas, animales y gentes se quedaban en el agua y como tenían frio se cubrían con hojas. Las hojas se ponían tersas en el líquido y se quedaban pegadas a la piel. Curiosamente se dieron cuenta de que bailando se podía avanzar a voluntad y desde entonces no dejaron de hacerlo.

El caldo sigue saliendo y ha cubierto las partes rectas de la tierra. Ahora vista desde lejos empezaba a parecer oblonga cosa que a la luna le parecía muy gracioso. Supuso que tanta agua no era bueno porque ya empezaba a cubrir hasta las nuevas plantas que con esos colores tan bellos daban a todo un aire especial. Empezó a soplar y soplar con todas sus fuerzas. Tanto lo hizo que ayudó al agua a volar.

Allí arriba miraba ella, el agua ascendida, soplada, a la tierra y como siempre fue un poco antojadiza de dejaba caer. El aire convertido en viento se volvió lunático y cuando hacían el amor se calentaba tanto que terminaba siendo finita como el mismo. Ascendían juntos y pasaban largos ratos allí en lo alto viendo como todo el planeta se recolocaba con su nueva forma. Se querían ir a vivir juntos por siempre. Buscaron un lugar donde vivir y no encontraban ninguno. Giraban y giraban alrededor de la tierra con lo que conseguían llevar agua a todas partes y rellenar los pocos huecos que quedaban. Estaban tan felices que compartían el espacio con los animales de las hojas pegadas enseñando como se debía de hacer. El viento es tan agradable…tiene una gran personalidad.

Las gentes, los animales y las plantas habían ido cambiando con estas nuevas aportaciones y todos parecían muy felices. Nuevos planetas llegaron a su vera, se había corrido la voz por el Universo de que en este lugar la vida rebosaba felicidad y tenían que verlo. Miraron entusiasmados y decidieron quedarse para hacerle compañía. Había uno que brillaba mucho, el Sol. Era muy simpático y contaba unas historias estupendas pero no podía con ese olor que desprendía. No era malo, solo tan fuerte que a veces, si te pillaba desprevenido, hacía daño. Hubo animales que no podían olerlo bien y se pasaron el tiempo estirando el cuello o la nariz, otros subidos a los arboles, danzando de rama en rama; solo por opinar. Los sensibles se escondían bajo las raíces de las plantas haciendo agujeros y sentían que allí había mucha tranquilidad. El Sol se enfadaba con esta situación y el enfado le hacía calentarse; se volvió vergonzoso porque enrojecía con cada vergüenza y tanto era el calor que los demás sudaban demasiado. Poco a poco se fue separando del grupo y se instaló a un lado. Las plantas que estaban muy cerca se quemaban y como son lentas no pudieron llegar a oponerse. El agua que corría por todas partes llego un momento en que se negó a pasar y esto levantó un gran revuelo. Hubo reuniones y discusiones; ponencias y gallinas ponedoras que no ponían nada.

Se excusaron con el pobre Sol, no habían sido muy amables con él, en esas estaban, allí, dando vueltas a su alrededor, cantándole canciones que vieron lo bueno que era esto. Unas veces clareaba y se calentaba un lugar y otras el de al lado. Por esto el Universo baila alrededor del Sol, y la Luna alrededor de la Tierra. Todo es por un querer, un agradar; el uno sigue contando sucedidos a los planetas y la otra no deja de amar al viento que vive con el agua, y esta cosa que tenía una forma rara es ya mayor y no para de inventar excusas para que los demás sepan que sigue viva.

 

Decir un “Te quiero”

Habían sido muy amigas, esas que la pubertad llama “intimas” porque se lo cuentan todo, se conocen hasta el último detalle y esto, no volverá a pasar ni con el amor de su vida o el marido más querido. Se conocían desde primaria y vivían en el mismo barrio, a dos calles, por lo que siempre estaban juntas. Al llegar esa edad en la que los caminos dejan de ser paralelos con el mundo, se separaron. La una se fue a recorrer la vida con un novio impulsivo y rockero, la otra se instaló en el viejo pueblo familiar con un precioso chiquillo en los brazos. Quedarse embarazada a muy temprana edad era algo casi inevitable en esos años y aceptar el desafío de la maternidad solo se le podía ocurrir a una loca por la vida.

Un día antes de la verdadera separación habían quedado a charlar y despedirse. Se dijeron cosas repetidas de cariño y amistad, pero no salió un “te quiero”. No por falta, más bien porque antes no se veía tanta serie de televisión americana donde esto parece que sea lo normal. Se quiere al novio, al marido, al querido… se quiere al que te rodea y te hace la vida mejor, pero no se le dice, se ocultan las palabras que ni siquiera son mágicas y no conducen a un “quiero tenerte cerca”, “quiero vivir contigo siempre”, para esto se suele usar el “te amo” que es mucho menos posesivo y nos dijeron que más trascendental.

Ellas entre lágrimas y risas se dijeron adiós, no sin antes quedar en un futuro, porque una amistad como esta no se puede dejar aparcada en la memoria. Pero como el futuro no tiene dirección la cosa quedó solo en eso, intenciones traducidas a palabras con esperanza.

Muchos años pasaron y muchas cosas que hicieron que las dos fuesen felices o desgraciadas a su manera. Cuantas veces se nombraron en los pensamientos que llevan hacia atrás y que nos muestran una felicidad caduca, que no tiene sentido al no poderse recuperar. A veces se vive más en el recuerdo de otro que en la vida misma y esto te hace sentir como una viuda plañidera, que no encuentra consuelo en la ventaja que es vivir.

Las vidas se organizaron para volverse cotidianas, ambas tuvieron y perdieron hijos y maridos; ambas se pelearon por sobrevivir y hacer que la madurez fuese un pequeño resquicio de lo que aprendieron aquellos días de intimidad. Habían cambiado mucho, el camino las había cansado pero no dejaban de echarse de menos y rememorar, como quien mira una foto, los buenos ratos pasados, por muy infantiles que pareciesen desde la lejanía. Iban ganando a medida que se contaban en voz alta. Los demás sin vivirlo, envidiaban esta amistad, aunque muchos años después parecía hablasen de un tiempo muerto.

Una mañana recién levantada se miró al espejo y supo que sería un buen día. Se vio más bonita, las arrugas sonreían haciendo garabatos en su cara. Desayunó y se vistió como para algo importante, porque no se puede ser feliz sin cuidar los detalles. Y se sentó a esperar. Su hijo que la vio como en tantas otras ocasiones, no le dijo nada, no tenía remedio esta mujer que vive en otro mundo. Ya no le animaba a que saliese, que si quería encontrar algo tenía que salir en su búsqueda ella misma, que a las puertas no llega la vida. Por mucho que le decían ella no hacía nada, solo se sentaba esperando. SE había imaginado que la vida era como una cinta de aeropuerto donde las maletas pasan delante de ti y coges la que más te gusta, que siempre suele ser la tuya. “Si la vida pasa por delante, me espero y tomo lo que me guste” no calibraba la anchura de la cinta, ni la velocidad, ni nada, porque este ejemplo que ella usaba, era del todo tonto.

Esta mañana a la hora que la vecina baja a por el pan y el cartero deja las notificaciones se escuchó a lo lejos una tonadilla. La escuchó dos veces y se quedo sin aire. Era su canción la que le había enseñado su amiga. Una popular, infantil y en otro idioma. Dio un salto y bajo las escaleras como si tuviese quince años, esa era su canción. En la calle no vio al cartero que saludaba curioso por verla salir, no se fijó en el cielo azul salpicado por miles de golondrinas, solo escuchaba la tonadilla y se puso ella misma a cantar mientras corría calle arriba.

Allí la vio, en la esquina, en el cruce de todas las calles, cantando y esperando. Su amiga la sintió cerca y cantaron juntas en un abrazo. Le contó que entonaba su canción desde hacía unos años, que la vida se había portado duro con ella y que un día decidió salir en su busca, porque nunca había podido decir a nadie más un “te quiero”.

Cantaba la tonadilla y las personas le echaban unas monedas, “pobre loca” decían, pero no le importaba, sabía que esta era la única manera de encontrarla.

Nunca más se separaron y ahora se sientan cada mañana a recordar, cogen las maletas que la vida les muestra y son felices. Lamentan el tiempo ganado solo por los recuerdos y saben que nunca más se separaran.

GIRAR Y VER LA LIBERTAD A LO LEJOS…

 

Llevábamos años con una crisis memorable, por lo menos eso decía mi padre que la vio nacer y crecer, mezclarse entre las clases sociales. El pobre tenía tan buenos recuerdos de la lucha que guardaba un roído sillón donde se ve que pasaba largos ratos viendo el mundo a través de un aparato que tenían; contaba que con eso se conectaban con todo el mundo… siempre fue un exagerado, pero esas historias bien valían la pena.

Solo tengo unas pocas referencias de cómo era antes y gracias a que me enseñó, mi madre, a leer, puedo traducir estos vestigios que me voy encontrando. Mi trabajo es el mejor del mundo, no conozco otro, no conocí en otro a mi padre tampoco. Se ve que no siempre los hijos heredábamos los trabajos de los padres; hubiese podido escoger el de mi madre, pero no me gusta estar en la fábrica poniendo ganchos a las leyes. Ella hace un turno de doce horas, casi sin descansos, colocando esos ganchitos estúpidos a la ley. Dice que es un trabajo que le deja exhausta, cada cartel pesa según la ley que lleva impreso y a veces la contundencia es tal que debe ser costoso moverlos, pero como ya casi nadie sabe leer, suelen tener figuras representativas para que veamos lo que es de obligado cumplimiento, todo.

La ventaja, la única ventaja que tiene su trabajo es que ella ve gente, vecinos, antiguos colegas, muchos están ahora allí. Consiguieron lo que pretendían, la igualdad.

Hay otros trabajos, pero no puedo acceder, no se pueden heredar, solo los de los padres y eso, cuando están, por pura estadística a punto de morir. Sea como sea, si no cuadran las fechas, semana arriba, semana abajo, vendrán y lo harán las Fuerzas de Compromiso. No me gustan, me aterran, pero no hay otra, si no hubiesen firmado esto los gobernantes hubiesen muerto todos.

Al principio fue la economía la que mataba a las personas, pero salía caro; luego se puso a la venta los terrenos y como no llegaba para pagar las deudas, compraron a los habitantes. Hicieron de este lugar un sitio mejor. Nadie se tenía que preocupar por nada, ya tenían amo para que guardase de su alimentación, su moral o su salud. A cambio solo había que ser obediente, comer lo justo y no ponerse enfermo. Lo de la vejez es inevitable, ya marcaron la edad perfecta para morir, justo cuando se deja de producir como ellos piensan que se debe de hacer. Padre cuenta que hubo un tiempo en que la gente se reunía para divertirse, para escuchar música o ver películas, que son trozos de la vida inventados que se ven como en los carteles con movimiento.

La música, la conozco, mi madre cuando estamos solos en el refugio me canta viejas canciones. No sabe que dice, ha olvidado el significado de las letras y aunque lo supiese no me lo diría, ella cree que es mejor no saber para no sufrir. No entiendo muy bien que es la palabra “sufrir”, claro que tampoco entiendo que significa “libertad” o mil otras que a veces se les escapan en sueños o cuando llego con uno de los tesoros que encuentro en mi trabajo.

Trabajo de Lustroso Vial. Es un poco pesado en invierno pero me gusta tenerla siempre a punto, la carretera, aunque nadie pase por aquí. Mi trozo consta de seis kilómetros y tengo que mantenerla limpia a diario. Por la mañana hago la parte contraria a la salida del sol y por la tarde la de la puesta. Así no me molesta tanto la luz, llevo protectores, unas viejas e incómodas gafas repegadas con cola para que duren, seguramente si algún día tengo suerte me tocará tener un heredero para estas monturas, las tengo que cuidar. Cuando mi padre me pasó las herramientas para este trabajo, pensé que no se podía tener nada mejor; equivocado estaba, mucho y con suerte.

Los primeros meses no me fijaba en nada, pero luego a poco que mirase me iba encontrando pequeños tesoros, trozos del pasado que recogía con cuidado y miraba por la noche, a la vuelta a casa. Los tengo escondidos en el refugio, en una caja que me hice con unas bolsas y unas maderas que también encontré. Mi madre es la que se encarga de contarme para que servían esas cosas y él nos mira con miedo y pena, ya no recuerda, no quiere recordar ni sentado en su sillón, como hemos llegado hasta aquí.

Salgo por la mañana después de haber tomado un cuenco de sopa caliente, saco la carretilla comienzo a barrer. No hay mucho que recoger, solo volver a la tierra no asfaltada las pequeñas piedras o las hojas que el viento mueve. Una vez al mes pasa un camión que reparte los víveres y el agua; recoge los desperdicios debidamente empaquetados y nos hacen un examen para ver si estamos bien, tanto física como mentalmente. Madre nos instruye a todos antes de que lleguen para que no olvidemos que es lo que debemos decir. Yo solo utilizo dos palabras, si, no, nunca otras; si se enfadan abro la boca como si fuese a hablar y subo los ojos como si se me fuesen a salir de las cuencas, les hace poner cara de asco y se van por donde han venido. A lo mejor tanta tontería hace que nunca me dejen tener relación con una mujer, pero casi no me importa. No voy a cambiar mi suerte por esto, ni necesidad que tengo, curiosamente al contrario de lo que opina padre que debo desear. Siempre dice que es algo que le ponen a la comida o al agua, algo que nos hace no tener aspiración alguna por reproducirnos o por movernos más allá de lo que nuestro trabajo nos impone. Solo vivo por salir a la carretera.

Un día me encontré una caja con extraña forma, era de metal oxidado, pero aun se podían ver algunas letras blancas sobre fondo rojo. Madre señala la pieza como arma diabólica y padre por fin ha recordado que la vida tenía una cosa que se llamaba “chispa” y que fue, entre otras, la causa de tanta desgracia, vivir, para la que le suponía la más terrible de las desgracias. Él también tenía sus secretos, no los escondía en el refugio, los tenía a unos metros del evacuadero, allí donde se iba a depositar lo que nos sobraba después de comer. Una pequeña construcción con dos depósitos, uno para la orina y otro para las defecaciones mayores; serán controlados y recogidos por los del camión una vez al mes. Si has comido algo que no corresponde a lo que ellos traen, o si no comiste eso, lo sabrán y puedes ser castigado. Nunca pasó, pero tampoco dimos motivos. A pocos metros, debajo de unas piedras, estaba el tesoro de mi padre y parte del de mi madre. El suyo era un museo de cosas que se había encontrado en la carretera, y el de ella una selección de ganchos de carteles que no colgaran nada nunca.

Este día es de los que tenemos que pasar todos en el refugio, llueve, casi parece que fuese a nevar; lo que cae del cielo dicen que es venenoso. El refugio es el sótano de la casa, una parte que no sale en los planos; se ve que el antiguo poblador de la misma lo construyó para guardar algunas herramientas, la caldera o un generador. Lo encontraron un día que el suelo cedió. Taparon la bajada con trozos de madera de otras partes y nos escondíamos allí cuando queríamos no estar vigilados, por las noches era mejor, porque los controles solo saltaban cuando había movimiento, no en la quietud a la luz de la luna.

Mis padres han traído sus tesoros y yo con un poco de miedo he sacado el mío. Los hemos colgado por las paredes, encima de las mesas y por una vez, van a contarme la verdadera historia de este mundo que desconozco. Uno a uno va pasando por sus palabras aquellos trozos que representaban una forma de vida, cuando la gente podía hablar usando todas las palabras, cuando no pertenecían a nadie y ser de un lugar u otro era un rito, un orgullo que se aplaudía. No saben la verdad de cómo llegamos a esta situación, yo tampoco la sé, pero visto desde estas piezas comprendo que lo echen tanto de menos. Me cuentan como la gente vivía unos junto a otros, sin miedo o con el miedo justo y como ellos tenían que proveerse de la comida, la ropa o lo que necesitasen. Buscar una pareja no era complicado y no siempre para procrear, pero que cuando llegaban los hijos era una fiesta. Había centros para todo, para nacer, para morir, para educarse, para guardar el dinero, comer… me enseña unas monedas y las comparamos con las que yo tengo, son diferentes pero iguales, lo que era por causa de haberse juntado un montón de países. La misma causa que hizo que ahora nos veamos donde nos vemos.

Hablaron del amor, que era algo inesperado que le pasaba a la gente, algo irremediable y maravilloso. Me costó entender esto y lo del sexo, también, tuve que fijarme que mi madre era distinta, que no tenía eso que nosotros usábamos para mear. Mi padre se puso muy pesado para que la mujer me diese un beso en los labios y así poder entrever de qué se trataba. Me dio un poco de asco, pero entendí que eso era, mezclarse, juntarse tanto que pareciesen uno.

Hablamos de todo toda la noche y me sentí feliz; ellos también, se reían ante mis preguntas y se sonreían cuando se miraban. Me senté mucho rato en aquel sillón que tanto le valía para ayudarse en el recuerdo.

Al día siguiente vino el camión del suministro y se llevo a mi padre, le obligaron a despedirse con una inclinación, no le dejaron besarnos. A la siguiente vuelta, se llevaron a ella, dijeron que estaba enferma y que me la devolverían, pero en los siguientes camiones no llegó nadie. Seguía manteniendo limpio mi trozo de mundo hasta que me aburrí, cogí algo de la comida del mes y mi caja con los tesoros de la familia. Comencé caminando por ese asfalto que estaba cuarteado y marcaba el camino. Era su camino, así que al llegar el medio día, después de tres o cuatro kilómetros rectos, giré. Nunca antes había girado y esto me hizo convertirme en un hombre libre.

Detrás, con suerte, puede estar el mar.