Está solo, esperando una amistad que no llega. Lo sé porque
las personas que no esperan nada casi no ocupan espacio, se acurrucan entre las
cosas, sin molestar, y él tenía como propia una mesa para tres.
Su cabello, demasiado recortado, ya despunta
canas, sin embargo parece un trofeo, por la edad que representa es el que marca
que aún sirve, todavía se ha de contar con él; y no llega nadie a la cita.
La ropa que viste es vulgar, esa costumbre del
cubrirse, sin más. A primera vista se leería poco por lo que muestra.
Sus manos no siempre estuvieron limpias, tienen
cicatrices pequeñas, quemaduras y ahora las intenta esconder. Nadie mira sus
manos, pero ellas se abrazan entre sí, o buscan bolsillos como cuevas.
Está pensando en la falta, se indigna, no
llegan, pero recuerda los días en que él tampoco llegó, las prisas que eran
contenidas por la voluntad de otros y en la nave todo el mundo obedecía. Todos
eran necesarios, se calculaba hasta la respiración y estaba prohibido tener
excesos, ni unas risas, ni una tos, cualquier cosa pasaba a ser un agravio para
la comunidad.
Si hubieran llegado no les habría dicho nada,
habría sonreído mostrando los dientes falsos que se hizo para la jubilación.
Me muestra que estuvo enamorado, puedo ver la
imagen de ella en su cajón mental de los recuerdos que no se quieren perder. Es
hermosa, la chica, joven y alegre, por eso guarda este instante, incluso le
pone flores frescas a diario y también le hizo esperar, tanto que no acudió a la
última cita, no pudo ser.
Se coloca mejor en la silla, hace un gesto al
camarero y saca una vieja cartera. La sujeta con fuerza, es de los que saben
que hay que pagar, pagarlo todo.