YO TENGO TIEMPO (Cuento juvenil)

Sonó bajito, como las palabras que se dicen a escondidas, mezclando las ganas de ser escuchadas y a la vez intentando que pasen desapercibidas. En otro tiempo esto era una costumbre.
.- Yo tengo tiempo.
Lo dijo Paula que por lo general no hablaba en clase, ni en el patio, ni en el comedor. Paula intentaba desaparecer de la faz de la tierra desde que se levantaba. Era tan así, que ni su madre le tenía que llamar, como lo hacía con su hermano, que era insoportable a la hora de levantarse para ir a la escuela. Ella, tal salía la claridad por la ventana, se levantaba. El sol no entraba nunca por aquella pequeña ventana, daba a un triste patio interior del que solo recibía algo de claridad, olores mezclados de fritangas, guisos y ropa recién lavada. Para cualquiera este cuarto interior de la casa podría parecer horrible, para ella no, le había cogido el gusto y se entretenía con lo que le llegaba.
De buena mañana, a la vez que despertaba, el vecino del quinto abría el grifo personal y el otro. Se afeitaba canturreando y cuando se cortaba soltaba alguna palabra malsonante; las apuntaba en un cuaderno secreto que tenía como el mayor tesoro personal que una chica de catorce años puede tener. Los exabruptos de los tajos no se repetían, siempre uno distinto y es que el hombre era un viejo sargento al que le quedaba poco tiempo para jubilarse, pero entre esas le habían pasado al servicio de cocina, donde los jóvenes soldados hacían las labores de limpieza, cocina y demás cosas obligadas, esas que rotan. Ella suponía que aquello no era un buen trabajo, porque ningún trabajo es bueno si te hace decir tantos tacos; ni agradable si es lo que aprendes de los chicos que llegan al cuartel de muchos y dispares lugares del país. Es por esto que podía escuchar un “zalapastrán” o un “broceras” o cualquier otra cosa que sin entender, se las imaginaba y las escribía en el cuaderno. Allí las dejaba esperando un rato de aburrimiento que le permitía indagar en el diccionario el significado de aquellas palabrotas. A veces eran tan retorcidas que no las tenía en el tomo de la RAE, una edición pasada, pasadísima, lo menos de hacía siete años; esa que llegó a casa sin que nadie la llamase, pero que te la regalaban al comprar una máquina de coser. Tuvo suerte, porque su hermano no tenía visos de querer un libro gordo, así que se lo enchufaron a ella como si fuese un regalo, que lo fue, y sin que se diesen cuenta le dieron todas las palabras del mundo para poder jugar.
Las poseía, era la dueña de aquel enorme tomo, que nadie quería para nada, ni le veían utilidad, pero ella al primer vistazo, ya se había dado cuenta de que era mucho más grande que las miles de páginas que tenía.
De pequeña se sentaba encima solo por ver si así se le pegaba algo de la mucha información contenida, aun sabiendo que era tonto, aquello le gustaba. A los catorce ya se había leído todas las palabras y aunque no podía recordar todos los significados, incluso algunos que no llegaba a instalar en la conversación diaria, los tenía como quien lleva un collar, de millones de cuentas, al cuello.
Seguido del que se afeitaba y sus palabras sueltas, aparecían los ruidos de los desayunos y las madres preparando los almuerzos. Por las mañanas había más ruidos, más música que letra, y en algunos casos se podía ver si las concertistas se habían levantado de buen o mal humor según el ruido que provocaban.
Al contrario de lo que pueda parecer a más ruido, más alegría en los vecinos. Cuando bajaba la intensidad, Paula pensaba que algo había ocurrido en esa casa, y no se solía equivocar. Las riñas de la noche anterior también marcaban los tiempos, y había algunas señoras que no olvidaban los agravios.
Entre sonidos de corral ajeno y del propio amanecía la chiquilla, se levantaba por necesidad y haciendo del cálculo una costumbre. Su padre salía de casa media hora antes que ellos a la escuela, así que el hombre podía entrar en el baño, solo tenían uno para todos, a eso de las siete y media, y hacía lo mismo que otros vecinos, pero no se cortaba nunca cuando se afeitaba, utilizaba una máquina eléctrica que metía un ruido muy parecido al del gato de la abuela del segundo, como un ronroneo. Ella suponía que lo hacía para despertarlo suavemente.
Allí el hombre se pasaba un cuarto de hora, más o menos, luego iba a la cocina donde su madre ya le tenía preparado un café con leche caliente, y un trozo de pan con aceite. Cuando terminaba volvía al servicio y hacía los ruidos propios del que evacua cosas mayores, terminando con el fluflú del que se echa colonia como si estuviese liquidando un hormiguero completo. Podía olerlo desde la habitación, sobre todo porque su ventanuco también tenía compañeras, a un lado el del aseo y al otro, la cocina.
Luego se levantaba ella y se iba un rato a lavarse con cuidado, lo hacía rápido porque la madre también utilizaba ese tiempo muerto para entrar a sus propias cosas mayores. El olor no era agradable, pero la colonia del hombre tapaba todo lo anterior.
Allí, por este compartir el baño entre tantos, no se quejaba nadie más que su hermano. Siempre estaba esperando hasta el último minuto para entrar. Lo hacía adrede, queriendo retrasarla, ponerla nerviosa porque llegarían tarde al cole y esto a ella no le gustaba nada. Los que quieren pasar desapercibidos nunca llegan ni demasiado pronto, ni tarde, llegan puntuales para mezclarse con los unos y los otros.
La última nota vecinal la escuchaba ya en el portal; la madre de los gemelos que los acababa de soltar escaleras abajo y que tenía la costumbre de lanzarles besos mientras ellos bajaban a toda prisa avergonzados. El golpear de sus zapatos en la madera vieja acercándose, el ruido de la besucona que perdía fuerza, su hermano dando un repaso con una canica a los buzones de chapa, le daba el empujón necesario para salir de casa y encaminarse a una especie de tortura.
El camino se hacía corto pero aun tenía tiempo de ir memorizando las novedades. Se había dado cuenta de que la peluquera de la esquina llevaba el mismo vestido del día anterior y no estaba abriendo la persiana por fuera, si no por dentro, como si hubiese dormido en la peluquería. Esto lo tenía que apuntar.
Hoy la escuela está como siempre, repleta de críos gritando por todas partes. La puerta ya está abierta y comienzan a introducirse, unos aprisa como si les gustase y otros tan lentos que hacen cuello de botella. Al cabo de un rato casi todo el mundo está en su aula, los profesores ya han entrado también. Paula está en su pupitre, uno en una de las filas de la esquina, al lado del ventanal, en el medio. Se alegró mucho al poder tener este asiento, fue una suerte, así, suerte en el reparto que la profesora hizo por orden alfabético. Le encantó eso de poder tener, por lo menos en clase, una gran ventana a su disposición.
Se perdía en ella con ensoñaciones varias, a lo que la maestra no le decía nada ya que pocos alumnos eran tan aplicados y le daban menos problemas. Todo lo más cuando alguno de los otros aprovechaba la timidez de la chica para hacer un chiste poco gracioso que sin remedio llegaba a causar rubor en ella y risas en el resto.
Ese día, como todos los anteriores días, la profesora intentaba hacer que los alumnos tuviesen un mínimo de interés en el temario. A primera hora tocaba literatura, una de esas asignaturas que suelen provocar un aburrimiento terrible entre los menos dados al estudio.
Hoy como cosa excepcional la señorita García trae una idea que ha visto en un libro para docentes. Hoy les va a poner la tarea de escribir un cuento, un gran cuento entre todos, uno que entregarán en un concurso para optar a uno de los premios que se ofrecen.
La directora y el profesor de matemáticas le han avisado, que con el nivel que tiene, ella en la clase, no iba a conseguir ni un pequeño cuento decente, pero su entusiasmo y esa fe que nunca pierden los educadores le dicen que si no lo intenta va a ser muy triste, mucho más que el no conseguir el premio.
Les ha explicado que hay dos fases. Una preselección a la que optarán los mejores trabajos, unos ocho, y otra en la que estos elegidos acudirán a una gran fiesta donde se repartirán los premios. El primer premio es la edición del cuento y un viaje a París para todos los participantes.
Los chicos al escuchar la palabra París se emocionan, no tanto por ir a la Ciudad Eterna, ni por ver uno de los mayores museos del mundo, más bien por la idea de salir de las casas como si fuesen mayores, en una excursión qué a los veinte minutos de revuelo ya era la más impresionante de sus vidas.
Paula escuchaba tranquila, bien sabía que sus compañeros no serían capaces de hacer una frase coordinada, todo lo más Alberto, que era el más listo de la clase, también el más repelente. Era el hijo único del boticario, con la suerte de tener un profesor particular todas las tardes en la casa.
La maestra consiguió poner orden en aquel gallinero devolviéndoles a la realidad.
.- Señores, no se animen tanto, hay que pensar qué es lo que quieren hacer. Este trabajo les ha de subir nota, seguramente a todos los participantes les dará el aprobado de la asignatura, solo por el empeño que demuestren. Los que no quieran participar deben decirlo ahora, ellos tampoco participaran del premio, si es que lo hay.
Se hizo un silencio rotundo, muchos de aquellos niños aunque tuviesen ya una edad, no es que no fuesen capaces, es que no se veían preparados, sentían que ellos tenían un tope en cuanto al saber y por mucho que se empeñasen iba a ser imposible.
El más chulo de la clase se levantó.
.- Yo no juego a esto, pá perder, mejor me quedo en casa.
La ignorancia suele ser chula y tener pocos arrestos por mucho que parezca lo contrario.
.- A ver, quién de ustedes ha de participar y quien no; los que sí, que se pongan en la ventana y los otros al lado de la puerta.
Matías se aproximó a la puerta y Alberto corrió a la ventana. Poco a poco la clase se fue dividiendo. El grupo de los que no querían participar era menor, cinco chicos y tres chicas. De las niñas una era medio novia de Matías y las otras dos, amigas íntimas de esta. La señorita que no era tonta, les hizo desistir enseguida obligándoles un poco a cambiar de lugar. Quedaban cinco que a pesar de su postura chulesca daban un poco de pena.
Paula se había quedado en el pupitre, todos daban por hecho que ella era la mejor para escribir un cuento, lo triste es que no la conocían lo suficiente y pensaban que no tenía gracia alguna, demasiado seria todo el tiempo.
La profesora ordenó que todos menos los que no querían hacer el trabajo se sentasen. A estos, delante de todo el mundo les fue llamando uno por uno a la mitad de la pizarra, para que explicasen por qué no querían unirse al grupo.
Hubo un silencio tras otro, realmente estaban siendo humillados y casi parecía que en cualquier momento iban a salir corriendo del aula.
Cómo no hubo manera de sacarles nada, les dejó que volviesen a sus respectivos lugares.
.- Bien, vamos a hacer un esquema a ver cómo empezamos la historia.
Hizo un gesto y Alberto saltó como por un resorte a limpiar la pizarra. Bien limpia la dejaba siempre, aunque esto le hiciese estornudar durante un buen rato. La señorita no quería que esto pasase, pero el chico no le daba tiempo a decidir que otro alumno hiciese este trabajo.
.- Quiero que todos cojáis una hoja y escribáis ideas para ir organizando el cuento. Lo que se os ocurra. Puede ser una historia romántica, de aventuras, de espías, o ciencia ficción, lo que más os guste, y por supuesto, no solo me sirve un enunciado, quiero un poco de desarrollo de la idea que tengáis.
Mañana por la mañana recogeré todas las hojas.
No solo había pasado la hora de literatura de una manera increíblemente rápida, además el profesor de matemáticas estaba ya entrando por la puerta. Las siguientes horas de clase, incluso el recreo se hicieron largas para Paula que no tenía otra cosa en la cabeza que aquella historia del escribir. Los chicos andaban cuchicheando unos con otros sobre el tema de la novela y hacían chistes y bromas sobre esto. Los cuatro que no quisieron participar se aislaron en un rincón, enfadados porque por una vez había algo más importante que ellos en la clase.
Paula comió en silencio, en la esquina donde siempre se sentaba, junto a tres compañeras más que por una vez le preguntaban con interés sobre algo de la clase. Ella les dijo la verdad, estaba demasiado nerviosa para pensar y que mejor lo dejaba para casa después de terminar los deberes.
De regreso ni siquiera prestaba atención a las tonterías que hacía su hermano. El muchacho siempre caminaba a saltos, se subía por los bancos, saltaba los muros bajos de las casas, o golpeaba lo primero que se cruzaba en su camino, haciendo mucho ruido, sabiendo lo molesto que era.
Su madre andaba despistada planchando y viendo la televisión, así que Paula tuvo que preparar la merienda para ambos. Hizo dos bocadillos de Nocilla, le llevó el suyo al hermano que ya se había sentado en la sala delante de la tele y con la excusa de tener muchos deberes se metió en su cuarto.
Le gustaba esa hora porque olía a café con leche, a pan tostado y en ocasiones, generalmente los fines de semana, a chocolate. Hoy solo había café para los que ya iban regresando a las casas.
Cerró la ventana, a esas horas ya empezaban todos a tener la tele encendida y le molestaba mucho, no se podía concentrar.
Una parte de ella le decía que hiciese los deberes, esos complicados problemas que le costaba tanto resolver, un mapa geográfico de la península y varios dibujos pretendidamente artísticos.
Por mucho que le gustase sentir que tenía todo hecho, hoy no había manera, su mente se iba hacía otros lados, se liaba imaginando una historia con trazas románticas, personajes jóvenes y bellos que pasan mil calamidades para tener un final feliz; una buena invasión extraterrestre donde los marcianos secuestraban a un grupo de niños y se los llevaban a su planeta, o quizás una de aventuras como el mismísimo capitán Ahad y esa enorme ballena.
Su padre acababa de llegar del trabajo, pasó a quitarse la ropa y se metió en el baño, ella sabía que era hora de ir a poner la mesa para cenar y que no tenía mucho tiempo antes de que le mandasen apagar la luz para dormir. Había iniciado una hoja tres veces, el borrador, leía lo escrito y le parecía una tontería, nada iba a ser digno de ganar un premio y mucho menos un viaje a París.
Ayudó a lavar los cacharros y se despidió para irse a la cama, cosa que tampoco le importó a ninguno. En la habitación volvió a retomar los deberes, se le había pasado la tarde sin poder hacerlos, era la primera vez que esto le pasaba. Revisó los que tenía para el día siguiente y atacó solo los de matemáticas, el resto podían esperar.
En la cama le daba mil vueltas a la historia, le venían tantas conocidas que no le dejaban inventar una por ella misma. Se durmió cansada por la emoción.
¡Caparrut!
Esta palabra despertó con sobresalto a Paula, era el vecino militar que ya estaba dándose cortes en la cara al afeitarse. No saltó de la cama, cerró los ojos y recordó un montón de sueños raros que había tenido, esto solo le había pasado un par de veces, esas en que tenía una buena novela entre manos y no podía seguir leyendo, su madre ponía las normas y apagaba la luz.
Hizo lo que todos los días, esperó paciente al hermano, escuchó los besos de la madre de los gemelos que por una vez coincidieron en el portal con ellos. No podían ser más feos aquellos niños. Algo no iba bien, ella nunca había sido mala al pensar, pero esa mañana le parecieron especialmente feuchos, eran muy blancos, como si en vez de sangre tuviesen leche en las venas; era normal que su madre los quisiese mucho, seguramente en el cole los machacaban como solía pasar con ella.
Justo al entrar al patio del colegio se dio cuenta de que no llevaba la tarea que había impuesto la profesora el día anterior, un sudor frío le recorrió la espalda, pero no le pareció mal. Le gustó mucho esto, lo había leído tantas veces que ahora lo reconocía como propio. Ella no lo sabía pero se estaba haciendo mayor, estaba creciendo por momentos, algo que le daba cierta iluminación, que no lo notaba ella, pero sus compañeros la percibían. Nadie le dijo nada al sentarse, pero la miraban.
La profesora se plantó con el culo apoyado en la mesa, miró a los chicos con satisfacción, había conseguido su propósito, tenía un grupo de personas que estaban dispuestas a trabajar por una meta, tenían interés.
.- Dos cosas: primero me vais pasando la hoja con las ideas. Y segundo: lo he pensado bien y para nada os vais a librar. Sí, vosotros cuatro. Sea como sea vais a participar en la novela de la clase. Si hacemos algo bien, será cosa de todos, pero si no obtenemos un premio tangible por nuestro trabajo, el tener algo hecho en común por todos, será el mejor de los regalos y en mi clase si hay un compromiso, seremos todos los que lo asumamos.
Paula se dio cuenta de lo acertada de esta situación, le pareció muy buena idea y eso que ella, especialmente hoy, hubiese podido escribir lo que quisiese.
La profesora fue recogiendo cada una de las hojas. Las organizó; pidió a Paula que fuese a la pizarra y apuntase las ideas y no le incomodó, se sintió bien, por una vez, no deseaba salir corriendo de aquella clase.
.- Señorita Vega, haga usted casilleros con los distintos estilos y vaya marcando los que salgan.
Paula de la Vega, que así era todo su apellido, que ella lo llamaba “colgajo” y sabía bien qué significaba esta palabra, pero le había dado tantos pesares los insultos, los motes por ese apellido que terminó por no gustarle nada. A un Pérez, un García no le pasa lo mismo.
Trazó una horizontal en lo alto y la dividió en cinco pedazos amplios.
Romántico, Aventuras, Terror, Humor, Ciencia Ficción.
La profesora le corrigió y en vez de humor tuvo que poner Comedia, y añadir Policiaca, cosa que le pareció una pena, no le gustaban nada las cosas estas de guardias y ladrones, pero entendía que a los chicos principalmente era lo que más les atraía.
Nada se dijo de la poesía, que tanto amaba, o de la novela histórica que a ella siempre le había parecido algo con mucho de aventura.
Fueron colocando, primero los estilos propuestos; incluso se tuvo que remodelar la lista porque salió uno que animaba a escribir una biografía, la de la maestra misma, y todos supieron que era el tonto listo de la clase, el pelota profesional del Alberto.
De los veintitrés alumnos que eran estaba ganando lo romántico, se podría apostar que era notable el mayor número de niñas; por la otra parte estaban casi igualadas las aventuras y el terror. Había que ponerse de acuerdo, pero antes, la señorita fue leyendo en voz alta algunas de las ideas que habían acompañado a los estilos.
.- A ver, este es del grupo de lo romántico.
Pocas veces se hacía un silencio tan respetuoso en esa clase, hoy ya la cosa había empezado a cambiar.
.- “A mí me gustaría un cuento romántico de princesas que todo lo arreglan con su varita mágica y viven en una casa enorme con perro”
“Una historia de chicos y chicas que se ven en un parque y que descubren un cadáver…”
Esta ya va mezclando estilos, como en las películas.
No os perdáis esta que es muy buena: “Un grupo de chicos que decide cambiar el mundo y conecta con naves espaciales para que les ayude.”
No está mal, eh! También tenemos tontunas que mejor no voy a leer.
Miró la hora en su reloj de muñeca y se sentó en el escritorio haciendo un gesto a Paula para que se sentase también.
.- A ver, quiero que salgáis a defender vuestra idea para que podamos votarla y empezar a pensar en la historia. ¿Quién es el primero?
Alberto ya estaba a punto de saltar de la silla cuando recibió un dedo de stop desde la mesa, fue increíble ese gesto, por una vez todos se alegraron de poder tener algo que no se les quitaba, se les iba restando a medida que ganaba espacio en el aula, algo terrible, la desidia.
Se vieron tres, cuatro manos levantadas al cielo y fueron pasando en orden, dando explicaciones de cómo querrían ellos que fuese su historia, la de todos. Porque esto era importante y todo el tiempo se dejaba claro por parte de la señorita “esta historia es de toda la clase”. Ya habían salido los primeros cinco valientes, luego fue llamando a los que ella pensaba que se habían molestado un poco en pensar qué hacer; incluso hizo salir a Matías, que al principio se hizo el remolón, pero al ver que de nada le servía y que los compañeros dejaban de parecer asustados por sus amenazas, comenzó a soltarse.
.- Yo… yo escribiría sobre todos vosotros, que parecéis tontos pensando que vamos a ganar. Esto no ha de servir de nada.
No hubo risas como en otras ocasiones, ni cuchicheos, solo hubo espera a ver cómo reaccionaba la maestra.
.- Vale Matías, pero aparte de creer que esto no servirá para nada, se te ha ocurrido el tipo de relato que podríamos hacer?
Esta reacción de la mujer hizo que el muchacho no siguiese enfadándose, porque no le recriminó nada, simplemente lo unió al grupo con el mismo engrudo que a los demás.
.- Yo contaría una historia de esas que cuentan las cosas que le pasan a la gente en la escuela o en su casa y que no salen en la televisión.
Todo esto lo dijo de carrerilla, como si no tuviese espacios para la respiración, una idea de esas que parecen una foto de lo que ocurre a tu alrededor, costando mucho que salga.
.- Bien, hemos descubierto algo interesante, un estilo donde pueden entrar todos los estilos.
Creo que no es mala idea. Matías, acabas de abrir una puerta, espero que no la cierres y que dejes entrar tanto como salir.
.- ¿Puedo salir al váter?
.- Venga vete, y vuelve pronto, aquí y ahora todos somos necesarios.
Cuando el chico salió se quedaron allí hablando de más ideas y formas de escribir la historia. Matías se metió en el primer váter que había, se sintió bien y mal, por una vez se dio cuenta de que había algo más que violentar para que te escuchen. No era algo que lo viese en su casa de forma habitual.
En la clase, que ya estaba terminando, se repartieron unos cuadernos nuevos, la señorita los había pagado de su bolsillo, uno para cada niño. Había escrito en las portadas una frase en letras grandes y cuidadas, con rotulador verde que resaltaba mucho.
“La historia de cuarto C”
Debajo de cada título estaba escrito el nombre del alumno, cosa que les sorprendió. Los chicos piensan que los maestros cuando salen del colegio olvidan sus nombres, sus caras y dejan paso a la vida normal, sin preocuparse por ellos. En este caso podía ser algo así, pero también para ella estaba siendo una nueva manera de hacer las cosas.
.- Es viernes, quiero que para el lunes me traigáis preparado los personajes, esos que os parece que son imprescindibles para realizar una novela. Luego dividiremos el trabajo e intentaremos empezar con la arquitectura, quiero decir que hay que buscar los escenarios donde va a pasar la historia. Por lo que veo va a ser una novela con muchas historias, muchas.
A última hora de la tarde tocaba inglés, pero el profesor se había ido antes de tiempo y apareció el de matemáticas. El hombre sabiendo que los críos estaban emocionados con el cuento del concurso se dedicó toda la hora a dejarles hacer. Se hacían corrillos y comentaban las ideas que tenían, todo esto sin levantar la voz, casi en susurros. Nunca había estado en una clase donde la gente estuviese tan calmada, o les obligaba a callar y nadie hablaba, o cuando lo hacían tenía que obligarles a callar porque eran insoportables. Preguntó cómo iba la cosa y algunos se acercaron a contar que para el fin de semana tenían que ir pensando en los protagonistas. Hizo una broma diciendo que el aunque parecía muy soso era muy simpático y que bien podían hacer que fuese protagonista de algo. Tuvo que escuchar cosas como que parecía un extraterrestre, pero que a lo mejor no era de este tipo la novela.
Cuando salió de la clase, ya en el despacho de los profesores, se acercó a la señorita García.
.- Mónica, has tenido una idea buena. He estado con tu grupo a última hora y estaban todos emocionados con lo de la novela. Es una pena que no pueda hacer nada por echar una mano, nunca los vi tan entusiasmados y receptivos.
.- Oye, pues ahora que lo dices, porque no nos ayudas con las matemáticas. Podrías acoplarte con la repartición de la historia, meterte con nosotros a contar las palabras, dividir los tiempos, multiplicar…
No le dejó terminar, se echó a reír, como si hubiese escuchado un buen chiste.
.- Pero bueno, no pretenderás que corte el temario para algo que lo mismo no tiene futuro.
.- No digas tonterías ¿Qué podría hacer por ti para que nos ayudases con la novela?
.- No sé. ¿Todavía está tu madre en la casa? Pues si es así y nos invitas a cenar mojete y sopa vuelta, me apunto. ¡Ah, pero que lo haga tu madre! Y hablamos del tema a ver qué podemos hacer.
La madre de Mónica era manchega, de un pequeño pueblo de la provincia de Ciudad Real, justamente el mismo que el de don Roque, así le llamaban los niños. No era la primera vez que iba a casa de ella, en otra ocasión la madre al llegar le había llamado para que recogiese un paquete del pueblo.
El lunes Paula se levantó al son de un “alcucero” muy sonoro, los lunes eran especialmente dolorosos a la hora del afeitado. Ya llevaba un buen rato despierta, incluso sin haber llegado la luz a la ventana, ella se hacía sus recuentos de la historia que estaba escribiendo.
Había preparado sus cosas la noche anterior, incluso tenía el cuaderno de letras verdes metido en una pequeña bolsa de plástico para que no se estropeara. Desayunó y hasta su madre se dio cuenta de que tenía otra cara, la mujer no estaba acostumbrada a verla tan sonrosada.
Su hermano pareció darse cuenta y se pasó medio camino gritando: Paula está enamorada! Paula está embobada! Pero cuando se dio cuenta de que con esto no conseguía molestarle acabó liado con otras tonterías más dadas al camino.
El autobús que transportaba al colegio a los gemelos paso a su lado; los dos estaban mirando por la ventana, con el mismo gesto, la misma cara blanquecina que guardaba una mueca tonta de mofa. Se rió para sus adentros, estos dos pintas iban a ser sus protagonistas. La peluquería estaba cerrada, pero el dueño del bar de al lado había cambiado su oscura apariencia por un peinado más normal y la oscura barba que le solía cubrir el rostro había dejado paso a un bigote simpático. Sin saber cómo había inventado una realidad, porque ella imaginó que algún día la peluquera y el del bar se amaban y ella le peinaba por las noches.
Había muchos niños en el patio, pero los de cuarto C estaban agrupados, eran un grupo, y hasta los padres se quedaban asombrados por este cambio.
La profesora estaba radiante, ellos la veían así y no era para menos; llegar a clase contenta, con ganas de ver a los alumnos y de hacer cosas era lo mejor que le pasaba desde hacía mucho tiempo.
Empezaron por ir leyendo los apuntes de todos. Algunos habían hecho más que otros, pero todos traían algo para ir empezando.
.- Paula, por favor, sal a la pizarra.
La niña no se imaginaba que iba a inaugurar el día, pero no se amedrentó, salió despacio saboreando el momento.
.- Paula, no he podido ver cuál era el estilo que pensaste, ni la idea que aportabas. ¿Nos puedes comentar cómo lo llevas?
Allí delante de todos no tuvo ese miedo a meter la pata, eso que les pasa a todos cuando se saben mirados, porque los que miran estaban dispuestos a escuchar, no querían ver un descuido para reírse, esto era la primera vez que le pasaba.
.- A mí me gusta mucho la novela de aventuras, te hace ir a sitios y ver cosas que nunca te imaginaste. Te colocas al lado de los protagonistas y eres uno más. Las románticas son un poco aburridas, cuesta mucho imaginar que el amor es así, siempre rodeados de cosas y lugares que no parecen reales. El terror o las de suspense te tienen en un ahí y si son buenas historias son aventuras con sorpresa. Las demás no me gustan mucho, por eso creo que deberíamos hacer una historia de aventuras, las nuestras, lo que nos pasa todos los días pero con toques de todo lo demás. Es aburrido tener que venir a clase a diario y saber de antemano lo que se ha de hacer, todo está colocado para que no tengamos que cambiar nada, por eso es tan aburrido.
Para mí es una aventura imaginar la vida de los demás sin conocerla, solo por los pequeños datos que me dan cuando les miro, cuando les escucho de lejos.
Tenía preparados mis protagonistas, que no son actores de las películas, son gente normal.
La señorita se daba cuenta del poder de Paula a la hora de exponer ideas, toda la clase estaba callada escuchando y se les notaba en la cara que habían descubierto una persona que no conocían.
.- ¿Os parece bien la idea de Paula?
Se escuchó un sonoro sí, casi al unísono.
.- Bien, pues ahora vamos a ver si vuestros personajes, entran en una novela de muchachos de cuarto C.
Fueron pasando todos, unos habían descrito personajes estrambóticos, raros, y otros levantaban la mano para interrumpir y contar que lo reconocían. Era el panadero, o la tía vieja de uno de ellos. Más o menos todos los personajes podían entrar en esta historia.
Se hicieron grupos para ir preparando la arquitectura, la localización o los personajes. Y decidieron que iban a narrar la aventura de ser muchachos de trece, catorce años en un barrio normal y corriente de una ciudad cualquiera.
Estaban preparando las tareas cuando entraba el profesor de matemáticas. Escuchó un “oh!” que no le hizo mucha gracia, pero no por esto dejó de sonreír. Justo después de una copiosa cena manchega había decidido ponerse a la tarea y ayudar a Mónica con el tema del cuento.
La clase de mates de ese lunes pasaría a la historia del centro como la más divertida de todas las realizadas. Los niños la recordarían el resto de sus vidas y seguramente alguno de ellos habrá cogido las ciencias puras para crearse un futuro.
Al día siguiente el profesor de geografía e historia, también entraba en el aula con la sonrisa puesta. Viendo lo contento que estaba Roque, había querido participar. Hoy todo andaba revuelto, los grandes lagos habían sido desplazados por las acequias que en tiempos recorrían el subsuelo, el mismo donde pisaban, y la historia de reyes pasó a ser la de los que protagonizaron batallas allí mismo.
Hubo un momento en que a todos se les amontonaban los trabajos. Los que tenían que hacer para la novela y los que pedían en los distintos temarios de las asignaturas. Después de comer se habían reunido en la clase, tenían mucho por hacer y poco tiempo.
Muchos chicos tenían tareas, bien ayudar con los hermanos pequeños, hacer recados o trabajar en los negocios familiares. Paula los miraba y lamentaba la preocupación.
Había leído cosas sobre los favores, los que se hacen porque sí y los que se pagan. Pensó que todos necesitaban de otros para funcionar y se planteó como deberían hacer para no perder el ritmo que habían cogido y que tanto le gustaba.
.- Yo tengo tiempo.
Dijo Paula con voz bajita y provocó que todos la mirasen. Ahora esto no le parecía terrible, al contrario, se sorprendió de atraer su atención con un tono de voz que parecía un susurro.
.- Puedo llevar tus recados de camino a mi casa, le dijo a Juan Carlos, pero necesito que alguien me ayude con el inglés.
.- Yo puedo hacer eso.
Otra chiquilla planteó que tenía que cuidar de sus hermanas y que no le dejaban ni un rato para ponerse a escribir. Enseguida uno de los muchachos peleones le dijo que a él le gustaban los niños y que se llevaba muy bien con ellos.
Poco a poco fueron planeando el tiempo para que todos pudiesen hacer lo que les gustaba.
Los padres fueron llamados por el director un mismo día para recibirlos juntos. Allí se iban acercando poco a poco. Algunos pensaban que sus hijos estaban haciendo algo mal y que por esto les llamaban, nada más lejos de la realidad.
Los muchachos de cuarto C habían empezado a cambiar las cosas, con entusiasmo los pequeños favores que se hacían unos a otros, habían traspasado las aulas. Hasta los profesores se habían picado con este virus que se expandía sin medida por todas partes.
Había familias que notaron el cambio de sus hijos, más alegría a la hora de ir al colegio pero pensaron que solo les pasaba a ellos. Otros veían que no había malas caras si les mandaban algo para hacer y que había paz en las casas donde siempre había gritos y ruidos. La madre de Matías estaba encantada, era una pobre mujer a la que el marido abandonó cuando el chico era pequeño y tenía que trabajar muchas horas para mantener la familia, ahora el muchacho ayudaba en la casa, se le veía interesado en otras cosas que no fuese estar tirado viendo la televisión.
El director animó a los padres a que se reuniesen por lo menos una vez al mes y lo organizó todo para que se pudiese utilizar las instalaciones del centro.
Las madres que pertenecían a la asociación de amas de casa, aceptaron contentas las reuniones y prometieron llevar la merienda para todos.
Este barrio cambió porque una persona tuvo una idea. Cambió porque unos niños fueron bien dirigidos y se les dio felicidad en grupo.
Paula que siguió levantándose con palabras raras, se apresuraba para poder desayunar con sus padres, hasta su hermano dejó de molestarla y parecía que un poco la admiraba. Se sintió bien perteneciendo a un grupo y sabiendo que lo que hacía era bueno para alguien.
No ganaron el concurso, pero consiguieron editar el cuento, un pequeño tomo de cien páginas que cuenta la historia de las vidas de los vecinos de un barrio cualquiera. Todos querían uno y tuvieron ganancias, que utilizaron para irse al mar, a un centro que también iba a ir a su barrio a pasar unos días, porque ahora la gente hacía intercambios de cosas, de trabajos, de favores y sobre todo de valores.
Paula creció esos días, supo lo que quería ser de mayor y no solo ella, varios compañeros acabarían dando clases a niños y muchachos que a buen seguro iban a disfrutar de lo que ellos aprendieron que se puede llegar a hacer con un poco de empeño.
Marixa Gil
24, abril, 2016