Tengo un par de desaparecidos en mi cocina y no hay policía
de cocinas.
Puedo imaginar la situación y para esto limpio mis gafas de
cerca con el vestido que llevo, está seco y lo remojo con el rocío de la
botella de agua que me acompaña, está fría, es plástica y al frotar la tela contra
ella suena un ruido desagradable, como si algo fuera a romperse de mentiras.
Ahora lo veo claro, era necesario.
Estoy preocupada, de la cocina han desaparecido dos de mis
preciados instrumentos, unas utilísimas tijeras y un pelador. Si hubiera,
imaginemos que sí, una policía de cocinas, todos llamaríamos en la… Paro un
instante, está lloviendo, esa lluvia suave que es preludio de una noche de
historias sin sentido.
Eran las nueve menos cuarto cuando me he puesto a hacer la
cena; no es una de las comidas fuertes del día, más bien algo rápido y gustoso
para terminarlo de la mejor manera. He ido a coger las tijeras, mis queridas
cortantes de mango negro que llevan tantos años conmigo, y no estaban; necesité
de ellas y solucioné el problema con una cuchillada rápida. Seguidamente tomé
un par de patatas del cesto, las coloqué sobre una hoja de un periódico que no
entiendo y quise pelarlas, no estaba el pelador de mango rojo.
Estoy preocupada, estas cosas no me suelen pasar, soy muy
cuidadosa con mis herramientas habituales, me gustan, las tengo desde hace
mucho tiempo porque son piezas de calidad y odio que me pase esto.
Tomo el teléfono imaginario de todas las cocinas, un plátano
recién traído del mercado mañanero, uno que tiene por apodo “canario” por apodo
y por color semejante a los pájaros estos, pero no por procedencia.
La lluvia ha mojado la calle, pero es tan suave que mis
plantas piensan que es una broma, tendré que regarlas si no quiero que se
enfaden.
.—Por favor ¿es la policía de cocinas?
.—Sí ¿Qué desea señora?
La voz que escucho al otro lado de la línea suena a una
cuchara recién salida de la academia.
.—Mire, tengo que denunciar una, dos, desapariciones. No
están en casa, unas recias tijeras y un pelador especial.
.—Ya, ya, tomo nota ¿y cuando se ha dado cuenta de la
desaparición?
.—A la hora de preparar la cena, iba a…
.—¿La cena de hoy?
.—Sí, estoy muy preocupada, nunca me había pasado esto
antes.
.—Mire, es demasiado pronto para hacer la denuncia. La ley,
el procedimiento indica que por lo menos tiene que haber pasado un desayuno y
una comida para que demos parte y se ponga en marcha toda la maquinaria.
.—Mire, no me quiero enfadar, pero haga el favor de pasarme con
un inspector, un superior o lo que sea que esté por encima de usted y pueda ayudarme
con esta desgracia.
.– ¡Señora! Tranquilícese, por favor.
.—Le he dicho que…
.—A ver, le atiende el inspector Inox, por favor, cálmese.
Respire hondo y cuénteme que le ocurre.
Esta voz es más recia, estoy segura que es una cuchara de
servir, no una de esas normales, esta es más grande, quizás de las que para
servir no se usan mucho, pero son fantásticas para revolver los guisos.
.—Bien, ya tengo su dirección, iremos en una hora.
¡Una hora! No sé si me va a dar tiempo a limpiar, la tengo
un poco dejada, no es que esté sucia, pero con esta desgracia no he tenido
tiempo de organizarla un poco; lo más probable es que quieran que no toque
nada, por si sacan huellas y eso que hace la policía.
Llaman a la puerta del frigorífico, son ellos, han llegado
antes de la hora, imagino que no tendrán muchos casos o es que han dado
prioridad a mi desgracia.
.—Pasen, por favor. Esta es la cocina, aquí es dónde he
descubierto la falta.
Son dos cucharones de distintos tamaños, uno parece mayor,
algo cascado, es de aluminio con un agujero al final, el otro es uno de cuenco
más pequeño, con el mango fino y acabado en gancho, diría que es de acero, pero
no de 18/10, quizás algo menos de calidad.
Se presentan y vuelvo a relatar los hechos.
.—Señora ¿ha mirado en el escurreplatos? Es algo normal que
las cosas acaben detrás y uno no se de cuenta…
.– ¡Claro que he mirado! Ahí, ahí también, los he buscado por
todas partes, no los encuentro por ningún lado.
.– ¿Este es el mueble de los cubiertos?
Me han hecho sonrojar. La gente normal tiene sus cubiertos
en un cajón sencillo, yo tengo un viejo mueble de oficina de tres pisos dónde
guardo los cubiertos, casi ordenadamente.
Abro el primer cajón y les veo hacerse gestos, no sé si se
han espantado o están alucinando.
En el primer cajón están los cubiertos de uso normal, casi
normal, los tenedores, las cucharas, las cucharillas y los cuchillos sin filo,
esos que casi son más paletas que cortadores. También, al fondo, están los
cubiertos para pescado, postre y los finos palillos de marisco.
.—¿Podemos extenderlos en la mesa? Vamos a ir preguntado, a
ver si alguno sabe algo. Usted – se dirige al compañero – colóquelos en orden y
haga un inventario.
Sé que no necesitan hacer un inventario, pero me parece que
han descubierto que tengo ciertas manías con esto y no quieren perder la
ocasión.
Primero separa las cucharillas, son escurridizas y se esconden
unas con otras, o entre las cucharas.
Hay 28 cucharillas entre las de postre, café o las de té. Han
separado las que son extranjeras.
.—¿Y esto, hay alguna explicación?
Me sonrojo, sé que tener 14 cucharillas huérfanas y de otros
lugares no es muy normal. Le explico que hace muchos años que las colecciono,
que nunca las he robado, ninguna, las encuentro en los mercadillos. Sí, soy
culpable por gozar de los hurtos de otros, pero no creo que esto sea un pecado.
Las cucharillas son todas diferentes, todas de líneas aéreas distintas, aunque
alguna hay de compañía nacional.
Las cucharas, tenedores y cuchillos son un caos, todas se
parecen, todas son de una calidad excepcional, buen acero y de diseño liso,
odio los cubiertos con pretensiones.
Una vez se me ocurrió mirar con la lupa unos cubiertos de
esos que, en los mangos, tienen florituras. Descubrí que no se puede almacenar
más basura en esas partes, y desde entonces sólo tengo cubiertos lisos y de
acero que aguanta bien las desinfecciones.
No hay seis iguales, parecidas sí, pero no iguales. La
verdad es que no he comprado nunca un juego de esos que vienen en una bonita
caja con seis o doce, doce y doce, nunca jamás. Cuando me casé recibí un juego
de mi madre, que los tenía guardados y luego he ido reponiendo cada vez que he
encontrado.
.—He perdido muchas piezas en esta vida, muchos cambios de
casa, algunas personas que no soy yo han venido y en el afán por ayudar siempre
se pierde alguno. Y el niño, que tengo un niño que siempre gustó de sacar y, no
meter, y al final se te escapa el conjunto de las manos. Nada que ver con la pérdida
de hoy, nada.
.—Veamos lo que hay en el otro cajón.
.—Aquí guardo los cubiertos para la carne, tenedores y
cuchillos con mangos de madera. Este tipo de cubierto da prestancia y hace que
un simple filete o una chuleta sencilla parezca carne de verdad. Hay seis o más
cuchillos con mango de pasta, su sierra es fina, pero dan muy buenos resultados
y cuando viene mucha gente los saco porque no les tengo mucha estima y no me
importa que se pierdan. Ya ve, estos nunca se pierden.
El inspector sonrió, me daba la razón en esto.
.—También tengo los cuchillos de uso en la cocina. Como
puede comprobar hay de todo tipo y para cualquier cosa que se necesite.
Con otro gesto del policía el ayudante los fue colocando en
la mesa. Tengo demasiados, lo sé, pero es que me gustan mucho, los veo como
herramientas de trabajo totalmente necesarias.
Me señalaba con el dedo alguno de los raros, esos cuchillos
que he utilizado en contadas ocasiones y que si no eres muy experto no sabes
para qué sirven. Este es para pelar naranjas, este para trinchar pavo, estos de
aquí para quesos, son diferentes, este para pescados y este para… Estuve un
buen rato describiendo las utilidades de los cuchillos ahí guardados, pero en
realidad sólo eran importantes dos de ellos, los que manejo a diario y ahora
mismo son mis favoritos. Los demás lo han sido en un momento u otro, pero la
vida avanza, cambian los hábitos y las materias primas, hay que ir renovando.
Mis dos cuchillos compañeros son de acero, uno con filo liso
y el otro con sierra. El de filo liso reluce, hace poco que lo he afilado y se
sabe el que mejor corta de toda la casa. Al resto no los afilo más que cuando
los voy a usar, porque les tengo respeto y algo de miedo, no sea que meta la
mano sin mirar, por inercia y me lleve un tajo, que no sería la primera vez,
algo totalmente sin querer y mayormente culpa mía.
El policía se lleva a parte a los dos cuchillos, los está
interrogando, no puedo escuchar lo que dicen.
El cazo pequeño está recogiendo la mesa y regresando al
cajón los cuchillos, no deja de mirarlo todo con asombro, tengo la sensación de
que pocas veces ha visto tanto utillaje en una casa.
Se me acerca con recelo y me pregunta cuántos vivimos aquí,
le digo que dos, a veces tres, y si tengo muchos invitados, le digo que a
veces. No puede controlarse — ¡Esto parece un restaurante! – No sé, creo que
son mucho más aburridos en esos lugares.
El ultimo de los cajones es una caja de sorpresas, ahí
guardo las cosas más insospechadas, útiles, sí, pero sólo de vez en cuando.
Hay pinchos pequeños para las aceitunas, un modelo gracioso
que diseñó una chica que hace ropa. Los pinchos para lo propio, nada de esas
porquerías en aluminio que se doblan a la más tonta. Dos afiladores de mano,
uno de grano más grueso que el otro, no es lo mismo. Hay pequeñas cucharas para
servir cosas especiales como guindas. Pinzas de varios tipos, no se puede utilizar
la misma para unos azucarillos que para unos cubitos de hielo o las que uno usa
para sacar unas gambas de la fuente, incluso las raras que son para comer
caracoles con dignidad. Tapones que tapan o que dosifican. Clips de oficina
para cerrar las bolsas de plástico. Reposa cubiertos de porcelana, palillos de
bambú, de laca, y hasta unos muy graciosos que son unas pinzas gigantes en plástico
azul. Y unas cucharas de madera, paletas removedoras, que no quiero estropear las
sartenes.
Toda la mesa llena de pequeñas cosas con explicación. No las
uso mucho, así que no saben ellas lo que se cuece en la cocina.
El cucharón ha mirado todo esto sin mayor interés, son cosas
de poca necesidad que salen poco fuera del cajón y que al hablar gritan como
perrillos chicos.
Se pone serio y me pregunta si tengo más utensilios de este
tipo. Le enseño otro archivador más pequeño con unas cuantas herramientas,
sacacorchos, navajas, cubiertos de excursión, abrelatas viejos, los nuevos. Las
pinzas de pasteles, los cortadores de pizza, los exprimidores de lima, las
pajitas metálicas, los tapones de buen corcho que no sólo te recuerdan aquel
vino exquisito, te recuerdan que lo bebiste con amigos. Un cortador de huevos
pasados por agua, unos batidores pequeñitos para los cócteles…
Echa un vistazo y lo deja.
.—Señora, ha hecho usted un drama de algo que no sé si la
ley, la ley de la cocina, lo permite. He llegado a la conclusión que lo más
probable es que usted haya tirado a la basura sus tijeras y el pelador. Me
comentan los cuchillos que han sido recogidos en varias ocasiones del cubo de
la basura y que cierto día escucharon gritar a un tenedor que también tuvo la
misma suerte que lo perdido hoy.
.– ¿Drama? No es un drama para usted, para mí lo es, he
perdido dos compañeros de trabajo y cree que no es un drama…
.—He visto que tiene por ahí un par de tijeras y varios peladores,
utilícelos, deles la vida que merecen.
.- ¡Ah, no! Mis tijeras eran especiales, con el tamaño
perfecto para todo y ese pelador era espectacular, no lo podré reponer.
Se encaminaron al frigorífico, abrí la puerta y se fueron
sin más. Afuera en la calle ya no llovía, pero los vi caminar entre los
reflejos que deja la lluvia al caer.
No le damos importancia a las pequeñas cosas, nos rodean,
nos acompañan y ayudan en el día a día. Muchas pequeñas decepciones no hacen un
drama, pero se almacenan y en cualquier momento ves un agujero por dónde van cayendo
las esperanzas mínimas, el ir a pelar un papa y que no tengas tu herramienta
preferida, ir a por algo y que ya no esté. Hay cosas más importantes, pero no
son estas pequeñas cosas que no le importan a la policía de cocinas.