EL CAMBIO.

Se levantó con el mismo grado de cómo se acostó, con el sueño rebosando por los poros; y es que él llevaba años sin dormir bien, siempre trastabillando por los rincones de las sábanas, buscando un poco de paz que los sueños no permitían.
Buscó a tientas las zapatillas, esas roñosas que siempre se peleaban en la nocturnidad, y enfadadas se separaban una de la otra. Solo una vez las encontró tal las había dejado, en armonía; le pareció tan curiosa la cosa que les hizo una foto con el teléfono y luego, mientras se tomaba el café la subió a internet, a su facebook, para demostrar que un día bien podía llegar la paz al mundo. Nadie entendió nada y ni uno solo de sus veintitantos amigos fue capaz de marcar que la toma, o el comentario, le gustaba. Con el tiempo hubo quien le echó en cara que hiciese demostraciones de su ratería, que las zapatillas eran de un balneario al que había ido y se las había quedado, lo mismo que el albornoz, las tollas y el gorro de la ducha, ese que nunca más apareció entre sus cosas, y no dijo nada, temiendo hubiera escapado y diese algún tipo de mensaje inerte a los gorros de las duchas de todos los balnearios del mundo, que ya se sabe ni dios usa y menos si eres un calvo cabreado al verlo, que se lo toma todo a la tremenda.
Optó por ir al baño solo con una zapatilla y dejar que los dedos, del pie descalzo, aguantasen el eterno frío de este suelo viejo. Tuvo cuidado, le jodía más darse con la silla o la cajonera que ver el normal morado que cogía el cuerpo, allí siempre hacía un frío infernal.
Entró en el váter como siempre, sin mirar, se acercó a la taza, y meó de a pocos, sin el menor orgullo, arrastrando el sueño, el enfado y el frío, así no se podía mear y esta próstata cansina que no mira lo que molesta.
Al terminar hizo lo que tenía por costumbre, se metió en la ducha y casi al minuto ya se estaba arrepintiendo, maldita agua… no sabía en quien cagarse, si en el agua fría o en la caliente, porque por una o por la otra, el primer contacto era siempre el mismo, helada.
¿Quién diablos inventa un grifo monomando, qué en estando a tope el agua caliente, siempre sale fría? Un desgraciado, pensó.
Se estaba enjabonando cuando le pareció que había tardado poco, sería, seguramente, que con los años que llevaba haciendo lo mismo y el conocimiento de cómo escatimar el roce se había profesionalizado.
También al secarse tuvo esa sensación.
Por fin había ido espabilando los poros, la mente y las ideas, que él era muy de separar estas cosas. La mente es eso que hace que las ideas fluyan y por lo tanto pueden funcionar como las zapatillas de balneario, a veces no congenian bien.
Se quedó absorto mirándose, con la maquinilla de afeitar en la mano.
No lo podía creer, tenía un ojo más pequeño, una oreja, un ala de la nariz, media boca, más pequeña que la otra. Como tenía el grifo abierto se apresuró a juntar sus manos y echarse agua en la cara, como si la ducha no hubiese servido suficientemente de despertador.
Las manos, sus magníficas manos de camionero, no eran iguales. Se secó brutamente con la toalla, que también era del mismo balneario y se las quedó mirando.
La izquierda era más pequeña que la derecha, mucho más pequeña. Lo podía notar a simple vista, pero es que además al juntarlas, una frente a la otra, se veía perfectamente esta variación.
¿Y si se metía en la cama otra vez? A ver si esto era un sueño de esos que la gente dice que son muy reales, qué parecen reales, y la cosa es que está aún dormido y por esto la mente anda tonteando con los sueños y nada es real.
A la vez que lo pensaba daba pasos hacia atrás, como quien quiere deshacer un hechizo o desdecirse de algo.
Tropezó con la cama y se dejó caer. A rastras se volvió a colocar en posición, con cuidado se tapó y cerró los ojos.
No se sabe el tiempo en que se quedó allí, pero cuando los volvió a abrir el sol ya pegaba fuerte por las paredes, debía ser tarde porque esto solo lo había visto los domingos o cualquier otro día en que no trabajase.
Apartó la manta y la sábana con cuidado, sin dejar de mirar la luz del sol que hacía esos juegos extraños con el polvo y que parece esté todo lleno de bichos.
Buscó las zapatillas, a tientas, y no las encontró, sonrió pensando que esta vez se habían cabreado de verdad. Descalzo se fue en tres pasos de bailarina al baño; parado, delante del lavabo, se miró.
¡Por dios! ¡Por dios! Dijo en voz alta, su media cara era mucho más pequeña que la otra, pero mucho más que en el sueño, o lo que él había decidido que fuese un sueño, tenía. Las manos, ya no eran ni parecidas, una, la suya, con sus buenos nudillos y los callos que siempre le acompañaban, la otra una cosa pequeña, casi femenina.
Se sentó en la taza como si le acabasen de dar la peor noticia del mundo. Se miró los pies descalzos y aún conservaban la forma original, las piernas más o menos eran simétricas, la barriga, estaba, el pecho… ¿qué coño le pasaba al pecho?
Ahora despuntaba un pezón, hasta tenía una aureola más grande y brillaba.
¡Joder, cómo brillaba!
Sintió que la próstata le daba consejos, mea… ¡qué mees te he dicho! Pero él no se atrevía a mirar si aquello también se estaba haciendo más pequeño, así que no hizo nada, siguió con ese dolorcillo del que anda “avejigau”.
Regresó al cuarto a por un cigarrillo, lo sacó del paquete con la mano fina y lo encendió con la recia y tuvo la sensación de que no estaba solo, era como si ahora fuese dos.
El teléfono sonaba, pero no estaba para dar explicaciones, ni siquiera a los del trabajo, que seguro eran ellos los que llamaban. La mente le decía que se relajase, pero la idea de que si no daba seña iban a mandar a alguien, por si le pasaba algo, le hizo contestar.
El que le llamaba era su jefe, que preguntaba qué coño había pasado, estaba el camión cargado desde las ocho y él no aparecía, no contestaba las llamadas y le esperaba. Empezó a dar explicaciones de que no se encontraba bien, y que no podía tenerse en pie.
Nunca antes hubiese pensado que su jefe se tragaría tal mentira, pero lo hizo, le dijo que ya le notaba la voz tomada, que no parecía él. Hizo alguna broma idiota, por costumbre, y le dijo que no se preocupase, que mandaba a Fulano a llevar el pedido.
Acabó meando por tiempos y viendo que allá abajo no pasaba nada, se tranquilizó un poco, lo justo para vestirse y salir a tomar un café, seguía pensando que era un mal sueño, pero por si acaso no quiso mirarse al espejo y rehuía verse las manos.
Se encontraba bien y mal. Bien porque no sentía dolor alguno, mal porque se sentía raro, muy raro.
Bebió una taza de café, uno de esos polvos de bote que no puede ser más asqueroso; al terminar se pasó la mano izquierda por la mejilla para evitar un goteo. Esa no era su cara.
Tuvo que sentarse y allí estuvo como ido lo menos dos horas, hasta que se decidió a mirar, porque nada podía hacer, que esto no era culpa suya; no había bebido más de la cuenta, no había tomado drogas, ni se había acostado con ninguna puta desconocida, esto era algo que le sobrepasaba.
Regresó al cuarto y se volvió a meter en la cama.
Pudo dormir, porque le pegó un trago lago, o dos, tres, no se sabe, a la botella de whisky que siempre tenía al lado de la radio. Al despertar lo hizo sonriendo y con un fuerte dolor de cabeza, esto le desconcertó.
¿Sonreír? Hacía años que ya no sabía manejar esa mueca.
Se levantó sin buscar las zapatillas, fue al baño y allí acabó la vida de un camionero normal.
Tenía media cara afeminada completamente. Una teta pequeñita despuntaba de su pecho, su brazo había perdido el bello y terminaba en una mano de mujer con pintas de ser algo suave.
Se miró las piernas y ellas también tenían su diferencia, incluso los pies se remataban con dedos dispares. Bajó con miedo el calzoncillo, metió la mano buscando lo que siempre había sido suyo, su identidad, y allí estaba el pequeñín mirando a la izquierda, el muy sinsorgo babeada.
Nunca más fue el mismo, era de esperar. Dejó el trabajo, la casa, el país y se fue al sur, donde hace calor, pero siempre iba vestido, y cuando tenía que bajar al pueblo a por algo lo hacía con las manos enguantadas y la cabeza tapada. Las gentes decían de todo sobre él, pero si algo tenían claro es que era feliz, un hombre feliz al que no le quitaba nada una mueca que parecía una sonrisa. Allá en la montaña estaba cambiando, ahora tenía un cuarto de cuerpo lleno de plumas, otro con pelos para hartar y las escamas ya parecía que empezaban a despuntar del lado inferior derecho.